Fútbol.

Mario “El Sinaloa” Sánchez fue un futbolista destacado. Medía 1.53, tuvo 9 hijos, y en los años 50’s fue una leyenda bajacaliforniana que anotaba goles impresionantes de cabeza.

En las fotografías que guarda la familia se le ve imponente, alzándose sobre los contrincantes notablemente más altos que él.

Varios periódicos de la época lo publicaban obligadamente en su portada del lunes, tras las acrobacias que “El Sinaloa” Sánchez lograba en el partido del domingo durante los juegos llaneros de hace casi 70 años.

Su efecto positivo en el campo de juego lo hizo merecedor dos veces de lo que hoy sería el Premio Estatal del Deporte.

Mario “El Sinaloa” Sánchez en acción.

La primera vez que lo contó yo tenía 9 años, sus pupilas se abrieron completamente y pude ver flashazos de fotografías y recuerdos transitar en sus ojos.

Mario “El Sinaloa” Sánchez sólo abría la pupila de esa forma hablando de las dos pasiones más grandes de su vida: el fútbol, y Lupita, su esposa.

Viacrucis.

La Iglesia de La Asunción, ubicada en los alrededores del Swap Meet Siglo XXI, antes tenía enfrente un cerro enorme que fue taladrado para construir las casas que hay ahora.

En el terreno baldío que había, marcado de lodazales, sauces endémicos y olivos típicos de estas fechas, una procesión enorme caminaba simulando el Viacrucis de Jesús, siempre a las 11:30 de la mañana de todos los Viernes Santos durante los años noventa.

Como sucede hasta la fecha, el clima de Tijuana era impredecible: o sol fuerte con aire frío y nublados con llovizna al mediodía, o un calor insoportable pero con bruma espesa en las áreas de la ciudad menos sospechadas.

Cuando Lupita iba a esos viacrucis en los noventas, llevaba a su nieto bien agarrado de la mano entre los árboles envueltos de neblina.

El niño se asustaba porque en esos momentos había gritos, azotes borrosos, un Rosario largo bajo un aguacero bíblico, y las tres caídas de Jesús en un suelo totalmente seco.

Esa obra de teatro que hoy parece improbable, se clavó a contraluz del sol, la bruma y la lluvia, en el recuerdo de todos los presentes.

Tras la retirada de los fariseos, Lupita bajaba la colina preocupada y apurada, pero platicando con las vecinas mientras el sol se estiraba en el cielo.

El niño, de su mano, sentía que volaba. Ya estaba feliz: había acabado el Viacrucis, y empezaba el fútbol.

Gasolina.

Lupita era secretaria en la mítica gasolinera Wash Mobile cuando la familia de Mario “El Sinaloa” Sánchez compró la estación, a finales de la década de 1950.

En esos años, los peinados de ellas eran enormes: abordaban el transporte y los carros con cuidado de no estropear la alta peluquería de la época, mientras los hombres iban con la cabellera relamida hasta la nuca.

En esas condiciones, “El Sinaloa” conoció a Lupita y la describía recordándola siempre con amor: “La primera vez que la vi, me enamoré de ella. Estaba preciosa. Tardé mucho para que saliera conmigo…”

Lupita era la mejor amiga de la hermana de “El Sinaloa”, y desde la primera vez que lo ubicó sobre la cancha, se enamoró de sus piernotas deportivas.

Producto de ese amor, lo que siguió fue una vorágine adolescente: ella llegaba 10 minutos más tarde a su casa justificando el retraso del camión, y él alegaba un falla mecánica y demasiado gasto de gasolina del campo de fútbol hasta su domicilio.

Seis años después de haber iniciado una relación oculta, decidieron anunciarlo a sus familias.

Lupita y Mario.

Una confesión.

“Llevamos 5 años y 11 meses”, contestó Lupita al hablar de su novio, tras la pregunta de un sacerdote en febrero de 1963.

—Es mucho tiempo. Si no hay matrimonio, se pierde la magia. Dile que o se casan, o se acaba—, recomendó el presbítero.

Dos días después, “El Sinaloa” Sánchez recibió la noticia del ultimátum en su carro del año, mientras llevaba a su novia del trabajo a su hogar.

“Esa noche se fue serio y en silencio”, describe Lupita.

Lo que ella no sabía, era que Mario llevaba 9 meses pagando los anillos de matrimonio, y que su novio ya había armado una noche sorpresa para pedir su mano en presencia de la familia.

La pregunta del sacerdote que la confesó y presionó, y que después ofició su matrimonio, fue a la postre sólo una forma de acelerar las cosas, porque para ese entonces “El Sinaloa” y Lupita sabían que iba a quererse toda la vida.

Tres días después, aquel famoso futbolista, su madre y su hermana, fueron a pedir la mano de Lupita ante sus 14 hermanos, su padre y su madre, durante una cena grandísima.

Se casaron el 7 de Septiembre de 1963, en una fiesta de tres días que amenizó la Banda El Recodo original.

El 7 de septiembre es su aniversario.

Al que le pedí permiso.

“El Sinaloa” Sánchez fue un hombre tranquilo que al casarse con Lupita, empezó vida de banquero y abandonó el fútbol, aunque el fútbol jamás salió de él.

Digamos que prefirió una carrera sin sobresaltos en lugar de la alocada fama deportiva, para vivir tranquilamente con su esposa y los hijos que Dios les diera.

Ella recuerda que a él le encantaba llegar a fiestas y reuniones tomado de su mano, cargando a los hijos y las bolsas y saludando a medio mundo, pero sin soltarla hasta que se sentaban juntos.

“Él era cariñoso. Cuando fuimos novios casi diario me llevaba flores, chocolates; al salir de trabajar, íbamos por una malteada al restaurante El Sombrero y de ahí volábamos para mi casa. A veces en el carro no me decía nada, sólo manejaba mirándome y se reía…”

Para los años 80’s, el matrimonio que conformaron había procreado nueve hijos. “Si cada uno es una bendición, bastante bendecida me tenían”, dice Lupita entre risas al recordar aquellos años.

“Y era muy pero muy celoso, sobre todo cuando recién nos casamos. No podía ver que yo desviaba la mirada un ratito porque se enojaba, hasta que un día le dije:

“—Mira, Mario, al que le pedía permiso que era mi padre, ya se murió, así que deja de hacerte ideas. Yo me case contigo para siempre.”

Lo curioso era que cuando salía de fiesta, “El Sinaloa” volvía a casa con su esposa y se quejaba de los amigos.

—Cuando vuelva a venir el vecino a invitarme de fiesta, dile que no me dejas. Es muy loco. Él no es de ir por la cerveza y jugar dominó con los amigos, le gusta meterse a otros lugares y a eso a mí no me agrada.

Lupita elabora la figura de su esposo entre un nostálgico recuerdo, con ideas borrosas e historias amarillentas de otros tiempos.

Lo rememora como un padre amoroso que se ponía feliz cada vez que ella quedaba embarazada; como un hombre práctico y deportista que enseñó a sus hijos y nietos a jugar fútbol; como un amante de los carros, la buena música y la conversación.

Piano en Libertad.

Sentada en las piernas de su padre, Lupita aprendió a tocar el piano desde pequeña. Su inclinación artística la llevó a participar en obras de teatro en sus primeros años y a formar parte de coros juveniles.

Para ella, tocar el piano, cantar y el escenario, era lo mismo que para “El Sinaloa” significaba el fútbol.

“Muchas veces me escuchó tocar el piano y sólo se reía; le gustaba. Se me quedaba mirando y cuando yo terminaba, se acercaba y me daba un beso tierno en la mejilla.”

De joven, Lupita fue alumna de la escuela Aquiles Serdán de la colonia Libertad, misma que hoy se llama Leyes de Reforma.

El teatro de la institución, hasta la fecha, lleva el nombre de su hermano mayor por su contribución a la música y la cultura que, en aquellos años, la familia dejó en las nuevas generaciones.

“Para ese tiempo, era como cuando ahora se casa un futbolista y una artista, y son noticia en los periódicos. Así me sentía al estar casada con tu abuelo”, finaliza Lupita.

Lupita de joven.

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