Hay una melodía de los Ases Falsos que se titula “La sinceridad del cosmos”. En ella se habla de los animales, su esencia y su actuar.

Mira cómo se portan los perros callejeros, cuando se enfrentan estudiantes y carabineros; dice la canción.

Rematando con: Los animales no se equivocan. Los animales nunca se equivocarán. Son portadores de la sinceridad del cosmos.

El canto no trata sobre algo nuevo, sino de una situación que muy probablemente ha experimentado con su mascota o algún animal.

En el perro, las aves, incluso en los gatos que son tachados de indiferentes. Hay comportamientos que muestran una parte muy noble, natural, como si les quedara claro qué es lo correcto y qué es lo indebido.

Dentro de ese mundo animal hay uno con el cual el ser humano tiene muchas características en común: el chimpancé.

Compartimos alrededor del 99% de la secuencia básica de ADN, cerebros casi similares en su funcionamiento, caminamos en dos patas, ojos al frente, el pulgar en la mano, entre otros aspectos.

Estos primates, al igual que la humanidad, cuentan con un sentido de moralidad muy bien definido, de acuerdo a un estudio elaborado por la Universidad de Zurich.

Debido a ello están en contra de la injusticia, al grado de ser muy conscientes con sus iguales.

“Ser sensibles a la distribución equitativa de recompensas supone una ventaja evolutiva, ya que cooperar les beneficia”, señala la investigación.

Pero, así como los chimpancés tienen aspectos positivos, también y al igual que los seres humanos, cometen actos violentos.

Uno de ellos es la guerra, misma que se da entre grupos rivales que buscan quedarse con el control de cierta zona de la selva.

Por lo general los clanes con mayor cantidad de machos suelen ser los más peligrosos, algo muy familiar en el hombre.

La disputa por los territorios es algo muy animal y humano. Todos quieren un espacio que habitar, en donde crecer, reproducirse, morir.

No obstante, y pese a ser similares en lo anterior, existe una cuestión que nos hace muy diferentes, incluso rivales.

Los chimpancés, al igual que muchas otras especies de mamíferos, conocen y por ende protegen a la naturaleza, al medio ambiente.

¿Cuándo se ha visto a uno de estos primates derribando decenas de hectáreas de árboles? ¿Cuándo los hemos sorprendido contaminando ríos?

Nunca.

FOTOS ELIZABETH RUIZ/CUARTOSCURO.COM

Ese punto tan relevante para la subsistencia, nosotros no le hemos respetado, solo explotado a nuestro beneficio, en especial las grandes empresas dedicas a producir muebles, objetos y demás artículos hechos a base de madera.

No nos han llegado noticias de algún rey primate que haya decido hacerse de todos los frutos al grado de dejar al resto de la comunidad con escaso o poco alimento.

Ellos no tienen una Organización de las Naciones Unidas, ni escritos sobre los derechos humanos, o en su caso, derechos animales.

Tampoco se le ha visto firmando tratados de paz que no se cumplen, ni mucho menos presumir de avances como sociedad.

Sí, las comparaciones pueden parecer infantiles, pero no tanto como el actuar de la humanidad que escupe al cielo y termina manchada con su propio veneno.

No sabe uno si acongojarse o reír ante tanta estupidez de las autoridades y de la sociedad que sigue creyendo en el voto y no en el autogobierno que permita una armonía con los ecosistemas que nos dan vida.

Hay un montón de gente responsable, consciente de lo que es benéfico y lo que no hay que hacer con el mundo, de manera lamentable, casi siempre estás bajo las ordenes de sujetos con poder, como gobernantes, empresarios, mafias.

En esta selva, la de concreto, las leyes naturales son omitidas, aplastadas por la humanidad que se viste de omnipotencia.

Acá, es complicado mantenerse con vida, conseguir alimento, hacerse de una casa o un empleo.

Es, pues, difícil vivir.

Ante todo esto, tal vez sea más inteligente ser un chimpancé, un primate que nos aventaja en el más importante de los aspectos, el vivir en armonía con los que nos rodea, con el planeta.

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