En el salón de clases donde Jaime era jefe de grupo había cinco bolitas bien platicadoras. Siempre que la maestra lo dejaba a cargo era lo mismo: 5 niños y sus amigos tambaleando entre hacerle la vida imposible al jefe de grupo o abuchear al primero que se atreviera a desafiarlo.

Por eso hoy Jaime pegó un manotazo sobre la mesa y gritó: ¡Arturo! justo cuando llegaba la maestra. Aunque en realidad Arturo sólo estaba leyendo en silencio.

El director dijo en la última asamblea que iba a empezar a correr alumnos por cualquier cosita, porque faltan pocos meses para la graduación y los grandes ya deberían poner el ejemplo.

Que sin papeles para que repitan año en otra escuela, dijo maliciosamente. Ni recomendaciones ni nada, aprovechando que ya empezó la segunda parte del ciclo escolar, finalizó.

Jaime sabía esto de sobra porque en esos días el director corrió a Jorge el del otro salón, a punta de cinturonazos durante un receso frente a toda la escuela, sólo porque Félix le rompió la tarea y no la pudo presentar en clase.

Por cosas así de otros salones, Jaime se mostró enojado y gritó ¡Arturo! justo cuando llegaba la profe preguntando por el desorden. La maestra sin indagar ordenó a Arturo que se fuera a la prefectura y minutos después el prefecto pasó por su mochila al salón.

La verdad es que Jaime llevaba algunos meses mostrando desprecio por Arturo. Y es que con tal de ser jefe de grupo al inicio del ciclo, Jaime eligió a cinco nuevos amigos y les dio un puesto en su comitiva. Por eso hay cinco bolitas bien platicadoras.

Arturo era el tesorero del salón, y Jaime incluso lo acusó con la maestra y el prefecto de haberle robado el lonche a Los de Atrás, cuando quién sabe si Jaime, siendo jefe de grupo, supo alguna vez qué pasó con ese lonche.

Arturo es aplicadillo pero inseguro. A Jaime le disgustó el aprecio que la maestra empezaba a mostrar por Arturo en la primera línea del salón, y el cobijo que le daba a sus tropiezos.

Eso mostraba que cualquiera en el salón podía ser imperfecto y tal vez el favorito de la maestra, a pesar de los errores. Pero Jaime siendo el jefe no lo permitió, porque aspiraba a la perfección de su propio criterio.

Al principio, por eso Jaime se hizo amigo de Arturo y le pidió que controlara a los riquillos-blancos-aplicadillos que siempre buscan sentarse frente a la maestra, en los lugares cercanos de las dos primeras filas.

En los asientos posteriores la encargada es Araceli, la de pelo chinito que bailó La Chona en la última tardeada.

Frente al pizarrón se sienta Zulema, la que dirige a las niñas que tienen tamagochi, caja de colores finos y stickers del keroppi, el bastz-maru y la hello kitty.

En las filas que dan a la puerta del patio Jaime puso a Marina, la niña que con sus amigas siempre voltea hacia afuera para ver pasar a Carlos, el muchacho güerito del salón de al lado. Ella le ayuda al jefe Jaime a controlar ese entorno.

Justo en las mismas filas de Zulema pero hasta el fondo, se sientan Los de Atrás, a los que Arturo les había volado el lonche, según acusó Jaime con la maestra y el prefecto.

Y en el centro del salón, en el panóptico de su imperfección e insuficiencia, se sienta Jaime a controlarlo todo. Desde ahí juzgó a Arturo ante la maestra a base de miradas, acusó al grupo de Zulema de no dejarlo ver el pizarrón y cuidó que Marina no volteara mucho hacia la puerta.

En el lugar central de su mundo, Jaime controla el grupo de Araceli con mirar hacia la izquierda. En la derecha tiene al grupo que dirige Armando y que se sienta detrás de las amigas de Marina. Armando es el perdedor del salón que se siente importante porque le pasa el borrador a Jaime.

La maestra confía en su jefe de grupo ciegamente y el director saluda a Jaime cada que puede.

Por eso Jaime está feliz con su nueva amiga Karla. Ella ahora se encarga de los riquillos aplicados que Arturo dirigía; aparte es hija del prefecto y no le estorba para ver a la maestra.

A pesar de también sentarse frente a la maestra, Karla ayudó a Jaime y a Los de Atrás para que abuchearan a Arturo en su última exposición. Lo ridiculizaron en la clase y le inventaron chismes que llegaron a oídos del prefecto.

Desde mucho antes, Jaime había usado al salón para criticar a Arturo. La maestra lo supuso, pero son niños, dijo.

Primero lo acusó de no hacer su parte en un trabajo que la maestra ordenó en equipo y luego, lo confrontó con Marina porque ella no permitió que Arturo viera para afuera del salón. Poco a poco todos lo sintieron como un estorbo porque el jefe de grupo dijo.

En la salida el prefecto explicó que pasó por la mochila de Arturo para llevarlo al médico, porque acusaba bullying constante por parte de Jaime. Así está el grupo que armó el jefe.

Si un día Arturo regresa a esta escuela, seguramente será en otro salón.

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