Serían las 9 o 10 de la mañana cuando me bajé de aquel camión azul y blanco que me dejó en la calle Tercera, justo frente al Mamut, el día que llegué a Tijuana un 7 de enero de 2015. Caminé hacia la Revu y un mensaje de WhatsApp me anunciaba que la persona que me recibiría en esta ciudad fronteriza llegaría más tarde, así que pensé en un lugar en donde refugiarme mientras esperaba su llegada.

Caminé hacia la calle Sexta y me interné en el bar Tropic’s. Pedí una cerveza Tecate. El bar estaba solitario, por ahí un borrachín dormía en la barra del bar con una cerveza a medio morir, dos jóvenes quitaban el tubo y la pista que hacían noción de que en algún tiempo perteneció a un concepto de teiboleras y, en la misma barra, en una esquina, estaba un señor menudito platicando con una de las meseras y otra persona que escuchaba atento.

Esa ocasión me refugié en ese lugar porque un par de meses antes, en noviembre de 2014, me tomé unas vacaciones de un fin de semana para venir a ver cómo estaba el movimiento en Tijuana. Ya tenía la intención de venirme a radicar en esta ciudad.

Pero la realidad fue otra: todo el fin de semana me la pasé en el Tropic’s, pues mi venida había coincidido con el festival de literatura Felino, había muchos amigos escritores en la ciudad y la gran mayoría de ese fin de semana fue estar en ese famoso bar.

 

Ilustración: Urbano Mata.

El día que llegué para quedarme definitivamente en esta hermosa ciudad, opté por esperar a mi anfitriona en ese bar, porque era el lugar que conocía y en el que, aunque estaba solo, me sentía más seguro a sabiendas de que en ese entonces era un extranjero en una ciudad ajena.

De la boca del señor comenzaron entonces a salir historias, anécdotas y momentos sublimes de aquel lugar, que me fueron conectando con ese espacio que, hasta el día de hoy, se ha convertido en mi espacio de esparcimiento y mi morada. Ahí he conocido a muchos de los que ahora son mis amigos y, ahí mismo, he tenido las mejores aventuras de mi vida en Tijuana.

Esa ocasión me senté en la primera mesa entrando inmediatamente al bar. Cargaba solo una mochila y una pequeña maleta cargada con poca ropa, muchos libros y un montón de sueños que quería experimentar en esta ciudad.

Eso llevó a que aquel señor, curioso de mi estadía, le llevara a preguntarme si yo estaba ahí porque pensaba cruzar ‘al otro lado’, y le contesté que no. Le dije que había llegado para quedarme y me preguntó cuáles habían sido mis motivos para dejar mi hogar y llegar a una ciudad tan caótica y especial como Tijuana.

Ilustración: Manuel Cabrera.

A partir de eso, se generó una conversación tan plena, que cuando llegó la persona que me recibiría, agarramos la fiesta durante buenas horas del día con todos los que en ese momento estaban presentes.

El señor nos siguió compartiendo infinidad de historias, como cuando tuvo que enfrentarse casi con pistola en mano con la malandrada que solía frecuentar el bar, para hacer de ese espacio un entorno más amigable. Historias que yo me guardo en la memoria. Y fue ahí, en ese preciso momento, cuando me di cuenta que la magia del lugar me la estaba transmitiendo de forma directa e indirecta quien durante más de 50 años le había dado sentido y concepto al sitio.

El señor era don Giuseppe Di Carlo, dueño entonces del bar Tropic’s, quien desafortunadamente falleció el pasado domingo 27 de febrero. Y cuento todo a colación de su memoria y como pequeño homenaje, porque fue él quien le dio sentido a un lugar que hoy en día es un refugio para muchos imberbes y trasnochados de Tijuana.

Ilustración: Franco Franco.

Porque fue él quien nos dejó un espacio que se ha convertido en un icono de la ciudad; parada obligatoria para quien visita Tijuana. Y porque fue él, quien visionario, ajustó un espacio para que las nuevas generaciones sigamos disfrutando plenamente en un ambiente en el que pareciera nunca pasar el tiempo o caso contrario, entrar en una nube nebulosa en la que los días son noches y las noches parecen días.

En el Tropic’s lo vamos a recordar hoy y siempre a don Giuseppe, y le vamos a estar eternamente agradecidos por ese lugar que nos heredó. No por algo, durante la pandemia, a uno de los tantos amantes furibundos de ese lugar, se le ocurrió crear un grupo de Facebook en el que todos los fines de semana, a sabiendas de que estaba cerrado, nos reuníamos de manera virtual para compartir unas copas y escuchar unas rolas como si fuera la rocola que suena eterna en cada uno de sus rincones.

Hoy la barra del Tropic’s luce un montón de fotos del señor Giuseppe y un moño negro en señal de luto. Pero sé bien que todos los que hemos sido sus comensales, cada que levantemos una copa en ese lugar, será un salud y honor a su memoria. Porque si un lugar en Tijuana ha resistido los embates de la “evolución” y transformación de la ciudad, ha sido ese resquicio en el que muchos, semana tras semana, nos seguimos frecuentando.

¡Salud!

FOTO: Gonzalo Gil. Cortesía para Glocal Media

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí