Una mujer recuerda el terror de estar desnuda frente a sus captores, los golpes y el dolor; un hombre, que apenas podía respirar en medio de las golpizas y las costillas rotas. Otra mujer, con calma, prefiere no poner en palabras los abusos.
“La tortura no se borra nunca de tu mente. Y a veces, tampoco del cuerpo”
A cincuenta años del golpe militar en Chile que instauró la dictadura de casi dos décadas de Augusto Pinochet, que se conmemoran el lunes, un grupo de exdetenidos vuelve sobre aquellos días de reclusión y tormento en lugares que hoy son espacios para la memoria.
Carlos González, que había sido partidario de Allende y dedicado al sindicalismo, fue detenido y torturado en 1976 antes de salir al exilio. Durante un par de meses pasó por varios centros de detención en Santiago, antes de que recién se emitieran decretos oficiales sobre su paradero.
“Te pegaban antes de preguntarte cualquier cosa, no podías respirar”, relató. “Nos revisaban médicos con absoluto desprecio, constataban golpes y heridas y volvías a la celda. Y te volvían a golpear”.
“La tortura no se borra nunca de tu mente. Y a veces, tampoco del cuerpo”, agregó González, hoy de 75 años de edad.
Según distintas comisiones oficiales, la cifra total de víctimas calificadas de la dictadura (1973-1990) es de 40.175 personas, incluyendo ejecutados políticos, detenidos desaparecidos y víctimas de prisión y tortura.
Uno de esos informes, conocido en 2004, es el de la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura, la llamada Comisión Valech, que estableció que la represión -fusilamientos, tortura sistemática, privación de libertad en recintos ilegales, atropellos a los derechos humanos- fue “una política de Estado”.
Esto sucedió de principio a fin del gobierno militar, aunque la represión más salvaje fue en los inicios con la temida policía secreta Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), al mando del general Manuel Contreras quien, según señalan casos judiciales, reportaba directamente a Pinochet.
Con testimonios de más de 30.000 personas, el informe Valech también enumera los métodos de tortura y dedica especial atención a la violencia sexual contra las mujeres.
En el centro clandestino La Venda Sexy -en la jerga de los agentes del régimen- las agresiones sexuales fueron el método de tortura preferente. Ahí, incluso, operó la agente represora Ingrid Olderock, que adiestraba perros para aplicar tormentos a detenidos y detenidas.
En ese y otros centros estuvo Alejandra Holzapfel entre 1974 y 1975. Tenía 19 años y era militante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), un grupo rebelde de extrema izquierda fundado años antes que, durante la dictadura, apostó por la vía armada pero fue aplastado por el régimen.
“No creo que logre entrar a esa casa. Sólo lo hice el año ’90 para reconocerlo y fue terrible”, cuenta que la retrató afuera del lugar que actualmente está en proceso de expropiación para ser convertido en sitio de memoria.
“No me gusta hablar de eso, no me gusta porque me revictimiza y me hace daño. Lo único que podría decir es que yo era estudiante de veterinaria, quería ser veterinaria y hoy soy gestora cultural. Eso lo dice todo”, declaró.
Dice que recuperarse toma años, y que a otros sitios donde estuvo detenida sí ha podido regresar. Pero a ése -‘La Venda Sexy’- no.
Durante años Holzapfel enfrentó a sus torturadores ante la justicia, contó lo que le sucedió e incluso dio entrevistas. “Ya lo dije en tribunales, lo dije en todos los lugares donde tenía que decirlo, ahora tengo 70 años y tengo que protegerme y cuidarme”, señaló.
Como todo lo que narra con voz tranquila, dice que viajará al norte de Chile para visitar a sus nietos y dejar un poco atrás la intensidad que rodea este aniversario de medio siglo.
“Nos hemos pasado la vida tratando de que la gente entienda que es real lo que nos sucedió. Crean o no crean, todo eso pasó y lo único que uno quiere es que no vuelva a ocurrir”, subrayó.
Viola Todorovic, de 69 años, contó que con las primeras torturas casi sufrió un paro cardíaco. También tenía 19 años y era activista del MIR, y se recuerda a sí misma vendada y amordazada.
“Tenías que desnudarte, te tocaban. Era una situación espantosa, era algo peor a que te pusieran electricidad incluso, pero tampoco podías decir nada porque podían ver que ése era tu punto débil”, cuenta.
Tras pasar por varios recintos, estuvo casi un año en el centro de prisioneros Tres Álamos, donde cuenta que pese a todos los tormentos, también se crearon espacios de apoyo con otras mujeres: tejían, organizaban talleres, repartían la comida que recibían y forjaron lazos que se mantienen hasta hoy.
“No te quedaba otra que sobrevivir. Ellos buscaban quebrarte y anularte como persona y, en muchos casos, lo lograron”, dijo.
De Reuters.
