Intro

El peor sinsentido de México es que las drogas son el cáncer de las clases pobres. En Tijuana se dice, por ejemplo, que las drogas existen de la 5 y 10 para allá y del Centro hacia la Zona Norte. En la mente del tijuano promedio, no existe el pecado ni la culpa.

En esta frontera aspiran cocaína en bares de ricos, se fuma marihuana en antros al aire libre, y se inyectan fentanilo a diestra y siniestra. En la zonas ricas de Tijuana se da mucho la drogadicción. La gente con dinero también se engancha.

Dealer F

Dealer F aún recuerda el domingo de los noventas cuando su padre lo llevó conocer el circo. Tijuana era entonces una ciudad con taxis tipo guayinas en donde el puente de la 5 y 10 era peatonal, y su gente vivía otro tipo de violencia. Los domingos de verano varios circos extendían sus carpas y se instalaban en la ciudad. El Atayde era el más famoso; sus anuncios en el Canal 12 mostraban enormes tigres de bengala y malabares imposibles. “Todos queríamos conocer el circo”.

Antiguo puente de la 5 y 10, Tijuana. Foto: Internet.

La primera vez que pidió ir, su padre le dijo que eran tiempos malos. Pero la gran noticia llegó una semana antes de que el circo se fuera: Cincuenta por cierto de descuento para que todos puedan ir. Entonces su padre decidió llevarlo.

—No sé por qué todas las calafias llegaban a la 5 y 10, o en aquel tiempo así era. Después caminamos un poco para subir la escalera del puente y cruzar el bulevar.

Arriba, ambos sintieron cómo el puente se tambaleaba. El paso firme de su padre lo arrastró por uno de los pasillos.

—Había un hombre al final del pasillo, justo antes de bajar la otra escalera. Se nos quedó viendo y sonrió. Parecía amigo de mi papá. Fue un domingo, como a las 3 de la tarde.

Su padre saca la cartera y le da un billete al señor que se acaban de encontrar. El hombre lo guarda, sonríe y voltea a los lados. Al chocar sus manos para despedirse, tardan más de lo normal.

Él no vio que el hombre le diera algo a su padre aquel domingo de los noventas. Pero sí recuerda que bajaron la escalera apresuradamente sin que su padre le diera la mano, porque se iba guardando algo en la bolsa del pantalón.

Aspecto interno del antiguo puente de la 5 y 10, Tijuana. Foto: Internet.

—Ese hombre en el puente fue el primer dealer que vi en mi vida. Habré tenido 5 años en ese entonces, pero no entendía nada ni me dio curiosidad.

La madre de Dealer F murió cuando él nació. Eso desencadenó la adicción a las pastillas y la cocaína que su padre tuvo aquellos años.

—Irónicamente ahora yo vendo drogas. En 2015 cuando empecé, yo consumía marihuana en cartuchos. Me los traían del otro lado. En ese tiempo todo mundo quería uno.

Un día le contó a un amigo y éste le pidió que le ayudara a conseguir. En vez de encargarlo a su contacto, le vendió el suyo.

—Mi amigo le contó a sus conocidos, y de pronto mi contacto traía 5 cartuchos y yo los revendía a mi amigo y sus conocidos por 60 dólares y 100 pesos de comisión.

—¿Y ahora qué vendes?

—Sólo vendo marihuana en flor, cartuchos y comestibles, y hongos cuando es temporada.

—¿Nada más?

—La gente que me compra sabe que no manejo drogas tan duras sino recreativas.

Dealer F continúa conduciendo por Lomas de Aguacaliente. Se detiene en un Oxxo. Desde el carro se pueden ver unas antenas. Un minuto después sale de la tienda, sube al vehículo y arranca.

—¿No compraste nada? No, contesta y luego se ríe.

—¿Y ese día sí te llevaron al circo? Definitivamente. Y acelera.

Dealer A

La primera vez que Dealer A tuvo frente a sí una galleta con marihuana, tenía 14 años. La recuerda redonda y enorme, como la hostia que te dan en la Primera Comunión.

En la escuela donde estudiaba, revisaban todas las mochilas. Bajo el látigo del profesor Canett en la Secundaria 44, todo parecía seguro.

—Oler la galleta con marihuana fue ese día la emoción de todos los alumnos de tercero. Estábamos emocionados. Ese fue el primer contacto que tuve con alguna droga.

Dealer A maneja su automóvil y explica que continúa viviendo a una cuadras de la secundaria donde estudió. Él fue usuario de drogas comestibles pero asegura que hace mucho no lo hace.

Las calles ricas de la ciudad por donde conduce, poco a poco van oscureciéndose. Aquel muchacho imposible para maniobrar el fútbol en la escuela, es ahora un destacado conductor a toda velocidad por el paseo detrás del Campestre, entre residencia y residencia. A veces cuesta darle alcance.

Sujetos en pijamas salían a su encuentro. Batas finas, pantuflas de seda, panzotas enormes se acercaban a su carro. Con un par de saludos intercambiaban lo suficiente. Un billete, una bolsita.

Ningún servicio de comida rápida goza de la facilidad de los ricos en Tijuana para conseguir droga, hay que decirlo. En el recorrido puedo observar cómo una patrulla interviene a Dealer A. Por la distancia no escucho lo que platican.

En cosa de dos minutos Dealer A sube al carro. La patrulla #### estacionada detrás, se enciende antes y arranca. Estamos a 200 metros de la recta de la Chapu. La patrulla pasa pitando junto al vehículo en señal de despedida.

Foto: Franco Franco, Glocal Media.

En una llamada posterior, Dealer A responde:

—¿Para quién trabajas?

—No puedo contestarte eso, no mames.

Se escucha su risa al teléfono. Parece que va caminando por la calle al responder: de repente se oye ladrar un perro, luego un vehículo se escucha cerca y una sirena de ambulancia.

—¿Qué es lo que vendes?

—Lo que me pidan. Esta gente tiene dinero y está aburrida.

—¿Lo que sea?

—Lo que me pidan, bueno no a mí, por el WhatsApp.

—¿Por el WhatsApp?

—Sí, ellos envían un mensaje a un grupo y ahí mismo les dicen cuánto será y en cuánto llegamos.

—¿Son muchos repartidores?

—Dos, pero antes éramos tres. El otro trae moto.

—¿Como los Ubers?

—Él sí es Uber y aprovecha.

—¿Qué área cubren?

—Yo tengo clientes desde el Calimax de Las Ferias, hasta la glorieta de la Ermita y hasta detrás del Campestre. No somos los únicos, por aquí hay muchos grupos repartiendo como nosotros. Supongo que trabajamos para el mismo pero cada quién tiene sus clientes.

—¿Por qué ya no usas drogas pero las sigues vendiendo?

—La gente tiene dinero y lo puede pagar, adelante. Yo no lo hago por la escuela, ya es muy pesado estudiar ingeniería como para andar adormilado.

—¿Te da miedo?

—Me daba miedo, pero ya viste al policía del otro día.

—¿Qué quería?

—Mota, lo mismo de siempre. Son escoltas o algo de alguien que vive por ahí y cuando paso, pues me pide.

Foto: Franco Franco, Glocal Media.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí