MADRID (proceso).– Miles de científicos trabajan tiempo récord para conseguir la vacuna segura y eficaz contra el covid-19. La expansión de la pandemia del coronavirus –cuyos efectos epidemiológicos, sociales y económicos son devastadores para el planeta– han llevado a gobiernos, centros de investigación de todo el mundo y las principales farmacéuticas a condensar en meses los procesos que en tiempos normales llevarían años.

Esta carrera por la vacuna, convertida en una suerte de búsqueda del Santo Grial de la medicina, pretende encontrar la salida médica a esta crisis sanitaria global.

“Nunca antes se había puesto en marcha un esfuerzo de este nivel como con el coronavirus. Es la primera vez que se ve este despliegue desde la ciencia. Y se ve no solamente en el desarrollo de una vacuna, sino en la producción científica en conjunto”, afirma Pablo Sarobe, investigador del Programa de Inmunología e Inmunoterapia del Centro de Investigación Médica Aplicada (CIMA) de la Universidad de Navarra.

“Desde enero que se empezaron los primeros trabajos se tienen alrededor de 60 mil publicaciones hasta octubre pasado, con decenas de miles de artículos de divulgación científica sobre la pandemia”, explica el experto a Proceso.

Aparte de la producción de estudios sobre este virus, la Organización Mundial de la Salud (OMS) registra más de 160 prototipos de vacuna en fase preclínica; es decir, que aún no habían sido administrados a humanos, y decenas en fase clínica.

De estas últimas, nueve se encuentran en fase 3, la última etapa de ensayos clínicos antes de buscar la autorización de los organismos reguladores internacionales.

Muy notoriamente entre los proyectos más avanzados hay cuatro vacunas cuyos desarrolladores principales están en China, tres en Estados Unidos, una en Reino Unido y otra en Rusia.

En la Navidad de 2019 empezaron a conocerse las primeras noticias de China sobre una nueva neumonía. Después se supo que se trataba de un nuevo coronavirus. En febrero las noticias se centraron en Europa, con la expansión de la pandemia en Italia, y en marzo los contagios se multiplicaron en España. El desconcierto y la incredulidad se apoderó de la población.

En enero pasado, se descifró el genoma del SARS-CoV-2, con el que trabaja la ciencia para enfrentar al virus, que ha infectado a más de 50 millones de personas alrededor del orbe y con cerca de 1.4 millones de fallecidos.

Algunas de esas iniciativas han estado apoyadas por los gobiernos de Estados Unidos, China, Rusia y Reino Unido, entre otros, y no pocos fondos de inversión provenientes de las principales farmacéuticas; todos inmersos en esa carrera por la vacuna.

El primer anuncio

El 11 de agosto, Vladimir Putin sorprendió al mundo al comunicar que Rusia había obtenido la primera vacuna contra el coronavirus. “Por primera vez en el mundo se ha registrado una vacuna contra el covid-19 y ha sido en este país”, proclamó.

El nombre de la vacuna rusa –Sputnik-V– es una inequívoca declaración de intenciones de su gobierno de adelantarse a Estados Unidos en el lanzamiento del antídoto contra el patógeno, tal como sucedió en 1957 cuando Rusia lanzó al espacio el primer satélite artificial llamado Sputnik.

La investigación para esta vacuna, encabezada por el Centro Gamalaya de Investigación en Epidemiología y Microbiología, con el respaldo del Fondo Ruso de Inversión Directa (RDIF), recibió la aprobación del gobierno ruso antes que comenzaran incluso los ensayos en la fase 3, generando cierta incertidumbre en la comunidad científica internacional.

La primera semana de noviembre, la farmacéutica estadunidense Pfizer y la alemana Bion Tech anunciaron que su vacuna tenía 90% de efectividad en la prevención de la enfermedad. El miércoles 18, tras completar sus estudios, aseguró que la efectividad conseguida era de 95%.

“Este es un gran día para la ciencia y la humanidad”, aseguró Albert Bourla, presidente y director ejecutivo de Pfizer en un comunicado. En el mismo se calculaba que a finales de este año se podrían distribuir 50 millones de dosis del antídoto, que requiere dos inyecciones. La previsión es que a finales de 2021 produzca mil 300 millones de dosis.

La noticia fue un revulsivo y una gran promesa en medio del miedo colectivo al contagio. No obstante, las dos compañías sólo han desvelado detalles dispersos de sus experimentos clínicos, después de una primera revisión formal de los datos realizados por un equipo externo.

Pfizer ya ha solicitado a la agencia de Alimentos y Fármacos del gobierno estadunidense una autorización de emergencia.

El lunes 16 la compañía biotecnológica estadunidense La Moderna anunció su vacuna que subía la apuesta hasta 94.5% de efectividad, un resultado que se esperaba similar a la de Pfizer debido a que ambas vacunas emplean la misma tecnología punta basada en el “ARN mensajero”, plataforma que permite una respuesta inmunitaria mucho más potente que las vacunas tradicionales.

La semana pasada se anunció la vacuna de la Universidad de Oxford y la multinacional Astra Zeneca contra el virus del covid-19, que tiene un alto grado de eficacia para prevenir el contagio, según difundió la compañía británica.

Sólo hay “datos aceptables”

Pablo Sarobe, con estudios postdoctorales en el Departamento de Inmunogenética Molecular e Investigación de Vacunas del Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos, sostiene que el proceso de investigación y desarrollo científico con el coronavirus no tiene nada que ver con los procesos habituales de desarrollo.

“Si una vacuna podría llevar un desarrollo de 10 años, ahora tal como estamos viendo los primeros prototipos, en unos meses podrían estar ya aprobadas (por los controladores). La razón es que hay dos condicionantes que marcan el ritmo: uno es la necesidad, hay una urgencia sanitaria real y clara.”

Y el segundo elemento, prosigue, “son todos los medios y recursos que se han puesto a disposición para desarrollar la vacuna, esto marca la diferencia claramente”.

En este caso, sostiene, hay una implicación de los Estados para que centros de investigación y empresas farmacéuticas avancen en estos desarrollos.

Y añade: “Por ejemplo, la Unión Europea ha facilitado el desarrollo de vacunas como la de la Universidad de Oxford y Astra Zeneca. Y luego está la operación donde participan el Departamento de Salud y el de Defensa de Estados Unidos con determinadas compañías para poder cubrir esas necesidades. Se están poniendo todos los recursos económicos y humanos que tienen los gobiernos, y los recursos materiales y el know how de las compañías farmacéuticas en esta carrera”.

El especialista explica que por el momento las farmacéuticas han presentado sus adelantos por medio de comunicados de prensa o anuncios públicos, pero no por medio de las revistas especializadas, que es lo habitual en un desarrollo científico.

“Hay que tener claro que los datos de seguridad que tiene una vacuna se podrán evaluar hasta que las farmacéuticas envíen la información a las revistas científicas del ramo, para que expertos y científicos independientes evalúen esos datos y estén de acuerdo con ellos, y después a las agencias reguladoras, que de acuerdo a los criterios habituales que son requeridos para cualquier vacuna, determinen que se cumplen y que determinen que están dentro de los parámetros de seguridad y de eficacia.

“De momento hay publicaciones sobre las fases tempranas de esas vacunas, como la fase uno o fase dos. Aún no llegan a las revistas especializadas los experimentos en la fase tres, es decir, de eficacia en grupos grandes de individuos vacunados. De momento sólo tenemos datos de seguridad en conjuntos menores, que son aceptables.”

Pablo Sarobe, investigador del CIMA, precisa que “no debería haber ningún problema si se confirmaran los ensayos en fase 3”, que podría ser en breve, pero es hasta esta fase que se puede probar “la eficacia fehacientemente, por eso todavía hay que ser cautos”.

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