Es una verdad que, al menos desde hace seis años, cada flujo migratorio que ha arribado a Tijuana (haitianos, caravana de centroamericanos, desplazados michoacanos y ahora los ucranianos) ha tenido un comportamiento distinto entre sí, que derivó en un estigma y señalamiento tanto político como social.
Es una verdad que cada uno de estos grupos de migrantes y refugiados, a su manera, han llegado, se han instalado, han exigido y se han comportado de una manera muy particular. Eso sí, todos ellos con un mismo objetivo: encontrar asilo humanitario en Estados Unidos.
Pero es una realidad, también, que a cada uno de estos flujos de migrantes y refugiados se les ha brindado una atención y un trato muy distinto tanto por las autoridades de los tres niveles de gobierno, como por parte de las organizaciones civiles humanitarias y la misma sociedad.
Esta situación ha dejado en el aire, incluso, una perspectiva de trato preferencial acorde a cada uno de estos grupos, que se puso de manifiesto cuando la llegada de la caravana de migrantes centroamericanos y las comparativas que se dieron con los haitianos, y que ahora se repite con los refugiados ucranianos que ahora mismo están llegando a la ciudad.
Ojo aquí: no es que quienes se han visto beneficiados por esos tratos preferenciales no se lo merezcan, claro está que deben recibir ese apoyo. Sin embargo, pareciera que las autoridades solamente recurren al trato digno cuando los intereses particulares trascienden más allá del sentido humanitario.
Hasta apenas hace un par de meses, tuvimos en Tijuana un campamento de migrantes en las inmediaciones de la garita de El Chaparral, que fue inicialmente conformado por personas centroamericanas que, ante la llegada de Joe Biden como presidente de EEUU, se arremolinaron en ese lugar pensando que cumpliría su promesa de retomar el asilo como lo había dicho en su campaña.
Lo que provocó que posteriormente arribaran al campamento más centroamericanos, pero también desplazados mexicanos de estados como Michoacán y Guerrero que, de manera interna, siguen hoy en día saliendo de sus casas por la descarnada guerra que protagonizan grupos antagónicos del crimen organizado en sus comunidades.
Biden no cumplió su promesa e incluso mantuvo vigente la fatídica política del Título 42 que instrumentó Donald Trump, con la cual les permitía denegar o expulsar de forma inmediata a los solicitantes de asilo (política que será rescindida el próximo 23 de mayo).
Pese a que se sabía que estos migrantes no eran prospectos para las solicitudes de asilo y que más allá de su negativa o reticencia de retirarse del lugar bajo la esperanza de que cambiaran las cosas, es un hecho que este grupo de migrantes quedó totalmente en el abandono por parte de las autoridades de los tres niveles de gobierno.
Pero lo que más llamó la atención, fue que también quedaran ante el desamparado total de las organizaciones humanitarias internacionales que sí estuvieron en momentos como la caravana o la llegada de los haitianos, y que hoy en día estamos de a poco observando con el arribo de los ucranianos.
Durante casi un año, fueron las organizaciones civiles y religiosas locales, y una que otra congregación o personas estadounidenses, quienes mantuvieron a flote el apoyo y, sobre todo, la orientación, a este grupo que, cuando más no pudieron ya las autoridades, les instalaron primero un cerco de metal, para luego ser “reubicados” la madrugada de un domingo en que todos dormían.
Hoy los ucranianos, por razones del conflicto bélico en su país, han estado llegando a Tijuana y en recientes días a Mexicali. El estado señala que son más de 2 mil las personas que han arribado y quienes ya pudieron cruzar a Estados Unidos bajo la figura del parole humanitario.
Y qué bueno que así esté sucediendo, qué bien que estén encontrando el refugio. A ninguna persona migrante o refugiada se le debe negar la petición de asilo. Pero no con todos ha sido así y no por ello tampoco se les debe negar a ellos, pero aquí la cuestión es que el gobierno estadounidense está aplicando claramente esa de “tú sí, tú no”, de forma arbitraria.
Apenas hace un par de semanas atrás vimos en fotos a un Joe Biden cargando a niños refugiados de Ucrania, cosa que nunca vimos, y ni veremos hacer, con refugiados y migrantes centroamericanos. La visión e imagen internacional que se pretende dar me parece que es clara, el problema que es que, siempre o casi siempre, la terminan pagando unos por otros.
Bonus: Sea por guerra, violencia, persecución, desplazamiento o cualquier otra índole, el derecho al asilo debería ser igualitario para todos, no lo digo yo, lo dicen los estatutos internacionales sobre refugiados. Ya veremos que pasa a partir del próximo 23 de mayo.