“Nunca había abordado la literatura de Rafa Saavedra, más allá de lo visto en clases de la uni; ayer decidí leer más a fondo y comprendí la relevancia del autor para nuestra región”, fue el comentario de mi amigo Saúl Zadkiel, que leí hace unas semanas en Facebook, lo que me llevó a regresar por enésima vez a los libros de Rafa Saavedra, a quien conocíamos como “el escritor increíble”.

Sentir la pasión contenida en ese comentario de un joven universitario tijuanense me llevó a recalar nuevamente en las entrañas de la literatura de este otro tijuanense que, con sus letras, deslumbró a propios y extraños más allá de las fronteras y las barreras invisibles que dividen al norte del resto del país.

Desde que llegué a esta ciudad mucho he escuchado hablar y decir de él y de su obra, desde las consabidas críticas por su acercamiento con la cultura oficial y su obra encausada en un solo aspecto de la basta Tijuana, hasta las exaltaciones por su literatura innovadora y su influencia en el mundo underground y tecnológico.

De todo ello, lo único que sé de cierto que es más la gente que lo quiere, y no solo porque haya destacado con sus libros o su forma de hacer literatura, o por haber sido pionero en el mundo de los fanzines y los blogs, o porque se aventuró a hacer mil y una locuras en Tijuana, sino porque a Rafa le caracterizaba una cosa: era una persona de un corazón enorme.

A Rafa Saavedra, a quien se le atribuye la autoría intelectual de la frase “Tijuana makes me happy” que Nortec Collective inmortalizó, lo conocí por ahí del 2008 o 2009 en mi ciudad natal, Morelia, gracias a otro buen amigo tijuanense, Christian Fajardo, quien por esos años realizaba su tesis sobre la obra del escritor.

Me comentó sobre sus libros después de una presentación que tuvimos con mi revista Clarimonda y de inmediato se nos ocurrió la idea de invitarlo a la ciudad para que presentara algunos de sus libros. Esto nunca se concretó, pero gracias también a este compa fue que pude leer sus libros Buten smileys (relatos, Yoremito 1997) y Esto no es una salida. Postcards de ocio y odio (relatos, La Espina Dorsal 1996).

Su estilo de inmediato me cautivó, esa especie de spanglish en la literatura era algo totalmente nuevo para mí, que solo lo había escuchado en mis primos y amigos que recién llegaban del gabacho. Como pude me puse inmediatamente en contacto con él y desde entonces mantuvimos comunicación.

En el 2010, Rafa llegó a Morelia invitado por los amigos del Colectivo Paracaídas para participar en lo que entonces era el Encuentro Nacional de Letras Independientes. En cuanto me vio y supo que era yo aquel conocido moreliano con quien solía tener largas charlas vía mail se acercó para saludarme.

Durante ese encuentro me tocó moderar la mesa de presentación de su libro Crossfader. B-sides, hidden tracks & remixes (relatos, Atemporia Heterodoxos/Nortestacion Editorial 2009) y terminó por obsequiarme ese mismo libro en el que dejó escrita una dedicatoria para mí.

El mismo año, otro buen amigo, Carlos Martínez Rentería, director de la mítica revista Generación, me invitó al 8° Congreso de Contracultura que se realizó en la Pulquería Insurgentes en el antiguo Distrito Federal. Ahí coincidimos con Rafa y nos la pasamos súper cool tomando pulque, cerveza y charlando sobre distintas cosas, entre ellas sobre una antología de escritores nacidos en Tijuana que él preparaba.

En el 2011, Saavedra regresó a Morelia para participar en el mismo Encuentro de los compas de Paracaídas. Cuando nos vimos nos abrazamos cual buenos amigos y de entre sus cosas sacó una revista Diez4, edición número 16, que dirigía el buen Marco Tulio Castro y en la que yo había colaborado con un cuento. Me dijo: “Mira lo que me encontré, te lo regalo”, le agradecí el gesto y después fuimos a tomar unas cervezas.

Después no volví a ver a Rafa, pero mantuvimos comunicación constante. Dos años después de ese último encuentro, Rafa falleció. Fue en el mes de septiembre de 2013, a causa de un problema en el corazón y tras una intervención quirúrgica que desafortunadamente no soportó.

El día que esto sucedió, el 17 del mismo mes, yo me encontraba impartiendo un taller de creación literaria en la ciudad (Morelia). Les acababa de pasar el material de lectura a los alumnos y mientras repasábamos el pequeño cuento que seleccioné de Rafa, recibí un WhatsApp de mi amigo el poeta Daniel Wence, en el que me informaba el deceso del también dj y fanzinero.

Me quedé estupefacto, y quizá hasta mi tono de piel cambió puesto que los alumnos me observaron tratando de comprender lo que sucedía. Les compartí la noticia y decidimos mejor terminar en ese momento la sesión. Mientras manejaba de regreso a mi casa una infinidad de recuerdos transitaron por mi memoria.

Con Rafa había quedado que el día que me mudara a Tijuana, sería al primero al que llegaría a buscar. Eso ya no pudo ser, sin embargo, de todas las charlas con Rafa y de sus libros, aprehendí su forma de amar a esta ciudad, una ciudad tan llena de contrastes, pero tan basta en oportunidades.

Un día antes de fallecer, Rafa escribió: “En esta semana ha servido para pensar sobre muchas cosas: nuestra propia fragilidad, el dolor, las ausencias, el eco de la espiral de nuestros recuerdos, el poder del amor, la amistad que perdura, todos esos momentos felices que (re)vivimos al estar solos con nosotros mismos. Gracias por todo su amor y cariño. Abrazos eléctricos”.

Así era Rafa: un tipo atento, buena gente, agradable y amistoso. Un tremendo cabronazo del que nunca me voy a olvidar y al que, seguramente, siempre estaré releyendo y consultando.

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