Séneca decía que “La recompensa de una buena acción está en haberla hecho” y Margarito Martínez estaba lleno de recompensas, porque no hay un solo compañero del gremio de periodistas que no haya tenido de él siempre una buena acción. Porque así era Margarito, siempre tenía algo bueno para todos.

Lo conocí cuando comencé a reportear en Tijuana para la Agencia Fronteriza de Noticias, cuando me tocó también a comenzar de vez en cuando a reportear la fuente policiaca. Me lo presentó mi amigo el Joe Terríquez y desde entonces comenzó una buena amistad.

Sabiéndome nuevo en la ciudad y con el gremio, no faltaba la ocasión en que Margarito solía orientarme o darme algún consejo. Era muy observador de su entorno, conocía bien la ciudad y el oficio, y no faltaba que en algún momento -sin mostrarse autoritario ni mucho menos- se acercara para compartir algo de su experiencia.

Foto: Facebook / Margarito Martinez Esquivel 4-4

Siempre le agradecí ello, aunque nunca se lo dije, porque sabía que era una forma de acogerme y adentrarme al mundo reporteril en Tijuana, como tomando la función de un hermano mayor que te va presentando de a poco la vida y sus variantes.

Así era Margarito, insisto, atento y servicial, pero sobre todo muy considerado. Un profesional en su trabajo, pero más allá de eso, un gran ser humano. Por eso nos dolió tanto que el pasado lunes 17 de enero nos lo arrebataran de esa forma tan cobarde y artera.

Durante más de dos décadas, Margarito cubrió la fuente policiaca, la más riesgosa, y en una de las ciudades con mayores índices de violencia. En una entrevista que le realicé en marzo pasado (y que aún sigue inédita), me contó que su pasión por el periodismo vino de su madre, Englentina Esquivel, quien le regaló su primera cámara, la cual no soltó hasta el último día de su vida.

Foto: Facebook / Margarito Martinez Esquivel 4-4

Andar en la calle reporteando fue su pasión desde entonces, pero lo característico de Margarito es que lo hacía con un entusiasmo contagioso que hacía parecer tan fácil y ligera su actividad, sabiendo del riesgo latente que corría por ello.

Eso fue algo que siempre le admiré y me llenaba de asombro. Pese a la cantidad de hechos violentos que solía reportear y las situaciones traumáticas que quizá devenían por ello, Margarito siempre tenía una sonrisa y una actitud alegre para todos.

Nunca le vi decaído por su trabajo, ni mucho menos quejándose por ello. ¿Cómo le hacía para solventar todo aquello que sus ojos percibían y no desfragmentarse? Era la constante que siempre me hacía, pues uno en este oficio, aunque no lo quiera, suele cargar con situaciones que emocionalmente a veces pasan a cobrar factura.

Lo supe hasta ese marzo que lo entreviste. El pilar de Margarito era su familia, de la que solía siempre hablar y compartir irradiando un amor por ellos. “Mi esposa es mi complemento -me dijo- vamos a cumplir 26 años y ella vivió conmigo las altas, las bajas, las dulces y las amargas de lo que es el periodismo”.

Hoy su esposa e hija se quedan sin su pilar, y eso duele, y llena de rabia por quien o quienes perpetuaron su asesinato. Porque no solamente nos arrebataron a un amigo y compañero de trabajo, porque no solo se queda un hueco tan necesario en el periodismo, sino porque le quitaron la vida a un ser humano y le arrebataron un padre a una jovencita y un esposo a una mujer que lo amaba tanto.

Foto: Facebook / Margarito Martinez Esquivel 4-4

Por eso cala, y perdón que sea reiterativo en ello, porque Margarito no debía morir de esa forma en que le arrebataron su vida. Por eso la rabia e indignación del gremio y de la sociedad que solía estar pendiente de su trabajo.

Y por eso también la exigencia que hacemos a las autoridades para que se esclarezcan los hechos y se le haga justicia. Porque su asesinato no debe quedar impune, porque se tiene que llegar a fondo sobre los hechos, porque los periodistas no debemos seguir siendo la noticia.

Tres balazos le quitaron la vida a Margarito. Esa tarde de lunes en todas las redacciones de Tijuana el nombre de ALFONSO MARGARITO MARTÍNEZ EZQUIVEL se tecleó con lágrimas, con rabia e indignación. Por eso no lo vamos a olvidar nunca, porque ese día a todos los del gremio también nos dieron un balazo en el pecho.

¡Descansa en paz, amigo! ¡Pendientazos!

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