En mis clases universitarias de la materia de Análisis del Discurso, el maestro solía recalcarnos mucho una cosa: “Recuerden, muchachos, todo lo que no se dice, también significa”. ¿Qué quería decirnos entonces el maestro con esa constante? Sencillo. Que siempre tuviéramos presente que, en un discurso, todo aquello que no se dice, o que está entre líneas, también adquiere un rango de significado muy importante.

En los discursos de los políticos, los empresarios, los mass media y todos aquellos que ostentan un poder, hay algo siempre que no se dice, pero mantiene ese significado acorde a lo que se pretende. Cuando alguien dice, por ejemplo, ‘es que yo apoyo a las feministas, porque tengo madre hermanas, tías, sobrinas, hijas, pero…’, ese pero, dice más que lo que después de su frase la persona pretenda explicar.

Las redes sociales nos han dado una herramienta muy valiosa, más allá de los cuestionamientos que se puedan brindar: la libertad de expresión o el poder emitir un comentario sin tapujos (bueno, eso depende de qué red social hablemos). La cosa es que gracias a las redes sociales tenemos la libertad de opinar sobre cualquier cosa, pero (ese pero), pese a esa libertad, no hemos todavía aprendido a saber en qué momento nuestra opinión vale la pena emitirla.

Los memes existen por algo y, hoy en día, han adquirido mayor relevancia gracias a que se han convertido en una herramienta de humor o sarcasmo ante diversas circunstancias. Y entre los memes, hay uno o varios en los que se suele ironizar cuando alguien pasa de ser, por ejemplo, epidemiólogo, a especialista en guerras o futbol, y luego conocedor de las manifestaciones sociales.

Y está bien que uno emita un comentario o una opinión cuando así lo cree concerniente. El impulso, las circunstancias, las adversidades y las nociones siempre nos llevan a pensar algo. Pero ese algo no siempre está fundamentado en contextos y connotaciones políticas, sociales o económicas (solo por mencionar tres aspectos) y, más allá de querer aportar, terminamos banalizando los mismos discursos que, desde antaño, criminalizan, vandalizan, revictimizan, sensacionalizan o extremizan las situaciones.

Yo mismo he caído en ello, por eso ahora lo reflexiono. Nadie está exento de ello, porque formamos parte de una sociedad en la que convivimos y en la que, de alguna manera, todos queremos aportar desde nuestras trincheras. El problema, es que muchas veces, esa pretensión viene más desde las vísceras o desde el desconocimiento pleno de causa.

Insisto, me parece bien que cada quien, desde nuestra trinchera, pretenda brindar un aporte a las discusiones y problemáticas que nos acontecen como sociedad, pero hay que tomar en cuenta algo muy importante: los acontecimientos sociales y las problemáticas están en constante evolución de acuerdo también a las cuestiones generacionales y eso se debe tomar mucho en cuenta.

Por lo tanto, los discursos narrativos, descriptivos y, sobre todo, aquellos que cuestionan, también tienen que ir evolucionando acorde a lo que se presenta, si no, todo se torna arcaico y meramente circunstancial. Sin esencia. No se trata, pues, de limitar a nadie a que emita una opinión, sin embargo, ante ciertas situaciones o acontecimientos, guardar silencio a veces dice más de nosotros que un montón de palabras sin sentido.

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