A los mexicanos nos han quitado muchas cosas. El país que presumía distintas riquezas tanto naturales como humanas, luce cada vez más gris o para ser preciso, rojo, a causa de los litros de sangre que son derramados a diario.
Las ciudades, la selva, los cerros, el desierto, el mar, son espacios rebasados por la violencia que el Estado ha alimentado con su inacción, con su complicidad.
Desde hace más de una década se sale a las calles con la incertidumbre de ser una nueva víctima, uno más en el olvido.
Los noticieros, las radiodifusoras, la televisión, las redes sociales, muestran un México que no se ha visto al espejo, que no ha querido despertar, esperanzado en las autoridades que poco hacen por erradicar la delincuencia.
Ya los sueños se desvanecieron por el hambre al dinero, al poder.
Los ríos, las montañas, las carreteras, ya poco saben de pasajes alegres, ahora solo son testigos y escenarios de muerte y más muerte.
Los niños ya no alcanzan a ver más allá del sol, porque el fuego de las armas los mantiene asustados, en guardia, cegados.
Jóvenes, adultos y ancianos, por su parte, yacen pasmados, preguntándose qué hacer ante un monstruo armado.
Como sociedad hemos pasado a ser simples espectadores, no por convicción, sino por temor a morir.
Si alguna vez este país vivió más o menos en paz, ya nadie lo recuerda, porque ahora no solo hay que preocuparse por el hambre, también por seguir vivo.
México ya no es de la gente.
Este terreno, de norte a sur, de este a oeste, cada día se siente más ajeno, como un espacio que se sabe es el hogar, pero no brinda la calidez del mismo.
Ante ello muchos se van, y no es para culparlos. Acá siempre se vive bajo reserva, atrincherado.
Los que se quedan, viven a medias, esperando que al día siguiente la violencia no siga caminando impunemente, como todos los días, como a cada hora, cada segundo.
Hay algo que todavía nos pertenece y que siempre nos pertenecerá: la verdad.
Han lastimado a este país, y lo más importante, a sus habitantes.
Pese al daño, a la laceración vil, la verdad nos debe mantener en pie.
El día en que cedamos ante la injusticia, la ausencia de veracidad, entonces estaremos perdidos por completo.
En el México de hoy nos queda muy poco, casi nada.
Los restos que yacen apenas y se pueden mantener en pie.
La gente, la sociedad, con las pocas fuerzas que le quedan buscan que este terruño no se hunda.
Y si eso es lo que realmente queremos, luchemos por la verdad, por mostrar quienes nos hacen daño, quienes no dejan vivir, quienes nos están matando.
Podemos hacer eso, o simplemente seguir viendo cómo este país se va convirtiendo en todo, menos en nuestra casa.