UNO:
Hace un par de semanas desperté con ganas de ver la película Life of Pi, o Una Aventura Extraordinaria, como se llamó en nuestro ladito del mundo.
Mi madre estaba preparándose un café, mi hermano en el sillón, Aitana, la Pitbull, en el suelo, y yo con el control buscando en Netflix:
“Hay que ver la de Una Aventura Extraordinaria, es la del morro que se queda en una barca junto a un tigre enorme y luego lo salva Dios”, les dije, pero no la recordaron y mucho menos entendieron la explicación. Aitana, la Pitbull, abrió los ojos y pese al rollo navideño, tampoco se interesó.
DOS:
¡Amparito!, le gritaba desde la puerta del restaurante un periodista a mi abuela, en aquellos años de los ochentas.
Sonriente y carismático, Héctor El Gato Félix llegaba rechinando llanta, pitaba dos veces y se estacionaba frente al restaurante La Meta, ubicado detrás del Hipódromo.
El periodista hacía una fiesta en el lugar al llegar en su Impala ’76 sin subir la ventana; gritaba, pitaba; el letrero de latón en el techo del restaurante, le devolvía la luz del sol.
Mi abuela voltea a la puerta y abre los ojos:
—Haz de cuenta que lo estoy viendo llegar —explica moviendo la mano, como atrayendo los recuerdos y sus posibilidades —se estacionaba en la puerta, entraba y siempre se sentaba ahí —indica con sus manos de cocinera.
Volteo y veo la segunda mesa siguiendo el flash imaginario que salió del dedo de mi abuela. Tengo 12 años. Aún no sé ni siquiera que voy a ser periodista, o reportero, o escritor. Aún ni siquiera sé de Glocal Media.
En 1998 cuando mi abuela me contó esto, el restaurante todavía estaba abierto; era el mes en que las abejas invaden las flores y mi abuela estaba triste por recordar el décimo aniversario luctuoso de su amigo El Gato Félix.
Yo iba de mesero en ese entonces al restaurante y lo único en lo que pude pensar al ver la segunda mesa, es que donde desayunaba aquel periodista era en donde menos gente se sentaba a comer, y de donde menos propinas recogía.
TRES:
Pi es un niño de la India que crece en el zoológico de su padre, narra la película Life of Pi del año 2012. En una escena durante la cena, su padre le dice frente a toda la familia:
“Creer en todo al mismo tiempo, es lo mismo que no creer en nada. Prefiero que creas en algo en lo que no estoy de acuerdo, a que creas en todo ciegamente”.
CUATRO:
—Café, un chingo de café, y un desayuno pesadito —describe mi abuela, sobre lo que su amigo El Gato desayunaba en La Meta. Y continúa:
—Yo lo espiaba desde la cocina. Sacaba una pluma y escribía cosas en los periódicos. Luego venía, se sentaba en estos banquitos de la barra y decía: ¿Cómo ves, Amparito?, y me contaba un montón de cosas que había leído y subrayado, pero al mismo tiempo. Él era muy chistoso, como muy de acá —confiesa mi abuela mientras se toca la cabeza.
Y luego se queda seria. Se va en los pensamientos por su amigo y baja la mirada.
—Y cuando lo mataron, un chingo de gente salió a la calle. Mira, pasaron por aquí, por enfrente del Hipódromo y la gritaban cosas al Hank, ya desde ese momento, y esto fue al día siguiente o dos días después. Hubo manifestaciones, golpeados; Tijuana era un hervidero. Eso de que la gente empezó a creer en que fue Hank por las noticias del Zeta y por Blancornelas, es mentira. La gente supo que mataron al Gato y todos dijeron lo mismo: fue Hank.
Chalo, un señor muy viejito que era cliente recurrente de La Meta en mis tiempos de mesero, confirma con la cabeza la historia que me contaba mi abuela. Delia, la otra dueña del negocio, repite con cara de resignación mientras se dobla las esquinitas del mandil:
—Fue Hank.
CINCO:
En la película, Pi y su familia abandonan la India para irse a vivir a Canadá. Transportan el zoológico entero en un barco para vender a los animales, cuando una tormenta los azota en el viaje. Pi se queda en un velero junto a una cebra herida, un orgaután, una hiena y un tigre. De todos, sobrevivió el felino, quien acompaña a Pi durante el resto de su travesía cinematográfica.
SEIS:
El 20 de abril de 1988 era un día cualquiera en la redacción donde Héctor El Gato Félix trabajaba. El equipo apenas empezaba a merodear la cafetera cuando el teléfono sonó más temprano que de costumbre. Cecilia recuerda el momento y me mira, seria:
—Era una señora, una lectora. Estaba muy nerviosa. Me dijo: acaban de balacear al Gato aquí por la glorieta, y luego colgó. Yo no había terminado de dejar el teléfono, aún sin saber qué hacer, cuando llegaron los judiciales a la oficina.
A varias cuadras de ahí, un automóvil entraba rápidamente al Hipódromo mientras el periodista se desangraba por los escopetazos que le dieron.
Cecilia recuerda que todo fue un caos ese día: —Todo mundo estaba llorando. Empezó a sonar el teléfono como loco, varias personas tuvimos que contestar; otros recibían a la gente que se aglomeró afuera del Zeta. Entraban y salían policías. Empezaron a llegar coronas de flores. Todo sonaba al mismo tiempo, papeles volaban; todo mundo gritando.
En la historia de mi abuela, aquel 20 de abril fue distinto:
—Me hablaron por teléfono, y cuando me dijeron, uy no, así mira, las piernas se me hicieron flaquitas, como chorrito de atole. Al rato empezó a llegar la gente aquí al restaurante. Todos los que lo conocieron cuando aquí desayunaba, empezaron a llegar. Nos fuimos como a las seis o siete; mira, todo mundo viendo la tele porque fue la noticia del momento. Una señora hasta trajo una veladora, y la puso en la mesa donde se sentaba.
SIETE:
Richard Parker se llama el tigre con el que Pi comparte su viaje por los extraños mares de la Fosa de la Marianas. Para sobrevivir y que el Tigre no se lo coma, Pi comienza a pescar tras armar una balsa alterna con flotadores. Recoge agua de la lluvia para beber y tiene sueños lúcidos de comida y oasis cuando está por desfallecer.
OCHO:
Ahora que recuerdo a mi abuela contándome historias como ésta, entiendo que son el génesis del reportero que esto escribe. Dicen que todos tienen una inspiración y que por alguna razón nos topamos con la carrera que elegimos de manera casual, incidental o bien pensada.
Si es así, yo me topé al periodismo en casa de mi abuela desde muy chico, porque si algo había ahí, era periódicos, revistas y libros. Me lo encontré en su carrito rojo tipo huevito, en el cual siempre había el periódico más reciente.
Lo descubrí en la nostalgia de su restaurante, en la memoria de quienes iban ahí y me contaban historias interminables siempre ligadas al Gato, a Hank, a sus escoltas, a Vera Palestina, Victoriano Medina, Bob de la Madrid…
—Fíjate que nunca fue amanerado. A mí, ni por aquí me pasaba —cuenta mi abuela pasándose la mano a lo largo de la frente. —Eso sí, era muy chismoso. Le encantaba que le contáramos cosas y luego él las investigaba. Venía y de repente, platicando algo, se le ocurría un chiste y lo apuntaba en el margen del periódico que trajera en la mano. Varias veces se despidió, prendía el carro y se iba, y luego volvía porque se le había olvidado el periódico de sus apuntes.
NUEVE:
En Una Aventura Extraordinaria, Pi sobrevive 227 días en el mar acompañado de un tigre que lo cuida y lo protege, quien se convierte en su preocupación, en su amigo y en su aliado.
Al final de la película, cuando Pi cuenta la historia, es sólo un adulto recordando su adolescencia. Lo cierto es que la historia verdadera que sucede en el filme, es mucho más cruel en la realidad, que con los animales.
—Eso hace Dios con nosotros (embellecer la historia) —le dice Pi a su entrevistador, casi al final del filme.