UNO.
Tras el asesinato de Margarito Martínez Esquivel el 17 de enero al mediodía, el gremio periodístico de la frontera se convocó en Las Tijeras para realizar una vigila, el viernes 21, a las 5:00 de la tarde.
Ese viernes fue la última vez que vi a Lourdes Maldonado: nos saludamos, platicamos 20 minutos y la acompañé a su carro, 48 horas antes de que la mataran.
Esa noche, al cruzar desde la glorieta hacia Plaza Río tras acabar la vigilia, Lourdes caminaba sola enfrente del grupo de reporteros. En dos pasitos la abracé por detrás y me dijo:
—Ay, manito, me asustaste…
Caminamos abrazados unos metros mientras platicamos. Lourdes renguea de una pierna, pero no volteo a verificar de cuál porque su voz atrapa en destiempos, sus ojos tras los lentes empañados verifican una respiración agitada y el movimiento de su pelo chino en el aire, baila desde esa noche en el estacionamiento de Plaza Río.
A Lourdes tenía 14 años de conocerla. En 2008 nos presentamos en una conferencia de prensa, y para 2010 nos empezamos a gritar cosas bonitas en los pasillos de Palacio Municipal. Cuando estaba pequeño, veía cada noche el Noticiero de Televisa Tijuana, con Elia Manjarrez y Fernando del Monte, aquel que se volvió mítico en su formato.
Lourdes Maldonado, Rocío Galván, Maricarmen Flores y Adriana Cortés Reyna, fueron en mi cabeza el todas para una y una para todas. Yo había decidido el periodismo y la comunicación por un asunto de vocación entendida a partir de ver a esas personas en la tele, y aquel viernes después de la vigilia admiré a Lourdes Maldonado de una forma inusitada.
Nos detuvimos afuera del Sanborns chico, y profundizamos en varias cosas. La mayoría de los compañeros periodistas del grupo pagó su boleto en la maquina cercana. Lourdes siguió caminando mientras hablaba de Jaime Bonilla:
—Ese señor y sus changos son de cuidado; son mafia pura —dijo mientras pasamos la agencia de viajes, con dirección a la máquina de pago que está afuera del Toks.
—¿Ya viste la cápsula que hicimos?
—¿Cuál, manito?
—En Glocal, hice una cápsula del día del embargo a PSN pero que publicamos al día siguiente. Se la mandé al Inzunza.
—A ver, mándamela. No la vi.
DOS.
Lourdes estaba viva de carcajadas, mientras yo la veía ver la cápsula.
—Manito, qué buen resumen. Mándamelo por el WhatsApp. Y sí, ese señor debe mucho.
Sus dedos hicieron un gesto al Infierno. En la mente de Lourdes Maldonado, Jaime Bonilla estaba ardiendo. En mi cabeza empezó a resonar Kinky, el grupo de rock/pop dosmilero al que Lourdes bailaba y cantaba gritando en su carro, o al verlos en vivo.
Bailamos juntos una noche básicamente por un pretexto presidencial: Felipe Calderón era presidente y Tijuana fue por eso sede del primer Espacio para la Juventud promovido por Televisa afuera del Centro del País.
La noche de la inauguración en 2011 en Tijuana, hubo en el hotel del Alcalde para el que este reportero trabajaba, un concierto privado de Kinky.
El grupo abrió la presentación con ¿A dónde van los muertos?, su éxito del momento. Y entonces de la nada apareció desde el tumulto un brincoteo inusual; y entre la gente surgieron aplausos.
Alguien que bailaba y brincaba al ritmo del rock con la mano derecha arriba, estaba abriendo la pista: era Lourdes Maldonado, quien desde la oscuridad empezó a bailar frente los artistas y a quien los jóvenes presentes seguramente no reconocieron, aunque celebraron con entusiasmo.
Cuando salió del tumulto, Lourdes llegó a nosotros y dijo: ¿A dónde van, manito, a dónde van?
El cantante de Kinky y su coro entonaron: “los muertos…”
TRES.
—¿Traes siete pesos, Kris? —dijo Lourdes frente a la máquina de pago.
Diez segundos después seguimos platicando. Le conté aquel viernes 21 sobre la columna de Enedina Arellano Félix que había publicado. Ella fue determinante en su postura:
—Yo no hablo de eso porque quiero vivir.
Y lo dijo tan fuerte, que un hombre alto con suéter verde, levis de papá y cabeza calva, la saludó de nombre y apellido.
—¿Usted es Lourdes Maldonado? Yo soy su fan desde pequeño.
A contraluz, Lourdes y su admirador conversaban a gusto, pero Lourdes tenía el don de romper las cosas con un comentario.
Su admirador le dijo: “Yo soy de la gente de Carlos Atilano”, y ella contestó: “Ay, no, a mí ese señor me repatea, yo nada con él…”
El hombre corrigió, apenado de su origen: “Bueno, yo soy del COCI, no de Atilano…”
—Son lo mismo —dijo Lourdes, tajante. Yo la recordé en la tele haciendo exactamente lo mismo.
Confrontando la prueba, verificando al testigo y desconfiando del testimonio, Lourdes Maldonado se comportó en ese momento tan casual en el estacionamiento de Plaza Río. Su astucia me hizo ver que siempre de los siempres, era reportera.
—Yo la admiro desde que fue con el Presidente Andrés Manuel a su mañanera —dijo el hombre.
—Entonces sí eres mi fan.
Y los tres nos reímos de carrilla
CUATRO.
—Disculpa mi carro, no he cambiado el vidrio de atrás, ¿si te dije que estos mafiosos me balacearon?
—No sabía—contesté caminando junto a ella.
—Me reventaron el vidrio de atrás y mejor le puse un plástico —e hizo un gesto con sus dedos largos. En el aire, su mano describió un camino directo al carro estacionado.
A la distancia miré un vehículo rojito protegido con un vidrio en la cajuela, que en realidad era un plástico grueso pegado con cinta canela.
—Supuestamente me protege Derechos Humanos, a veces no los veo pero por ahí andan —y volvió a mover sus dedos como tocando un piano en el aire.
Recuerdo que Lourdes se paró junto a la puerta del piloto, buscando las llaves en el bolso enorme que llevaba.
—No te vayas, manito, déjame prendo el carro —dijo.
Al verla, imaginé que Lourdes era demasiado grande para el huevito rojo que conducía, y me reí, pero aún no armaba lo que iba a decirle cuando ella contestó:
—Me siento como en Los Picapiedra, pero ya me voy a comprar otro carro. Ya tengo el dinero pero no he ido por él por esto de PSN. Para que Bonilla crea que lo compré con su dinero y le dé más coraje.
Al recordar los excesos que Jaime Bonilla ha demostrado mediante sus alcances, Luby pensaba también, como todos, en su enemigo aparente como el más peligroso.
Tanto así, que esa noche me dijo que portaba un arma de postas, como lo compartía con cualquier periodista que le preguntara o fuera su amigo.
CINCO.
Hubo una bala identificada en el caso de Margarito Martínez y una bala sin identificar en el de Lourdes Maldonado.
Hubo un Cártel acusado y una duda, y luego un asesinato que apunta al lado contrario.
Hubo una esquela temprana, y una corona de flores enorme.