La muerte y desmembramiento de un niño, joven o adulto sicario ya no sorprende. Así estamos en México. La violencia normalizada a niveles que, si se analizan con calma, asustan.

En notas diarias, reportajes y documentales, se recogen testimonios e historias de aquellos que de manera forzada o por ganar dinero, forman o formaron parte del crimen organizado como matones.

Esa profesión, si es que se le puede llamar así, dejó de ser exclusiva de unos cuantos. Desde hace por lo menos tres décadas no sólo los profesionales del gatillo matan, también lo hace el joven de secundaría que por menos de 2 mil pesos ejecuta a alguien que probablemente no conozca.

Pero esa apertura, donde cualquiera puede ser sicario o intento de, trae un costo, uno que se paga con la vida. Casi siempre son los más jóvenes los que acceden a disparar. Morros desechables les dicen en los barrios. Por lo general la expresión viene cuando arriba la camioneta del Servicio Médico Forense (Semefo) a recoger lo que quedó del cuerpo.

El investigador del Posgrado en Sociología del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP), Antonio Fuentes Díaz, retoma parte de la investigación de la doctora en Ciencia Política y experta en temas de seguridad, Karina García Reyes.

“Sabíamos que nuestra base (vendedores callejeros) no era confiable y que la mayoría de nuestros sicarios acabarían tarde o temprano en la cárcel o muertos a tiros… son trabajadores ocasionales, aquellos que no son parte de la nómina, se supone que son desechables”, explicó alguien del crimen organizado a la doctora.

Viendo al narcotráfico como una empresa, se puede decir que hay una alta rotación de personal por la constante muerte. En ese sentido, Fuente Díaz apunta que el tiempo de vida de alguien que se dedica a actividades criminales es de aproximadamente cinco años.

Pese a los riesgos bien conocidos, la juventud e incluso la niñez, accede al sicariato. Muchos orillados por el contexto precario en el que viven, otros por ganar dinero fácil, algunos influenciados por la narco cultura y en los casos más complicados, por obligación, forzados.

FOTO: DASSAEV TELLÉZ ADAME /CUARTOSCURO.COM

En las estadísticas de muertes violentas ha quedado registrado como cada vez son más los homicidios dolosos, muchos de ellos ligados con la disputa por territorios que libran cárteles dedicados a la producción, trasiego y venta de estupefacientes.

Baja California, por ejemplo, registraba durante el 2012 un total de 18 homicidios por cada 100 mil habitantes, cifra que creció cuatro veces más para el 2019, al anotarse 79 crímenes por cada 100 mil habitantes.

A nivel nacional se visibiliza que las muertes realizadas con armas cortas, rifles, escopetas, armas largas y otro tipo de armamento, sumaron casi 26 mil hechos durante el 2019, siendo las más comunes junto con asesinato por ahorcamiento, objeto cortante o medios no especificados, de acuerdo a datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI).

En México cada día se mata más y de manera más atroz. Si bien un crimen ya es por sí solo una tragedia, llevarlo a extremos sádicos se ha vuelto la constante entre las ejecuciones de sicarios. Al tener trabajadores flexibles, desechables, se permite que se desarrolle una desvalorización de la persona, según el análisis de Fuentes Díaz.

“Las formas en las que se lleva a cabo la muerte hoy en día tienen que ver con esa desvalorización del trabajador en términos unitarios, incluyendo la destrucción del homicida, del cuerpo”, explicó el investigador de la BUAP.

Para los jefes del narco, la orden de desmembrar cuerpos o fundirlos en ácido responde a una lógica de guerra para generar terror en el oponente. Los cárteles no tienen complicaciones para acceder a personal que servirá como carne cañón.

Por la noche lloran la caída de un joven sicario y por la madrugada reclutan a otros tantos para asesinar y para que sean asesinados. Mientras, las madres y padres no sólo sufren la muerte de un hijo, también ven cómo desaparecen o se los entregan en pedazos.

En México, en la guerra entre narcos por territorios y rutas, los más pobres son los que siguen perdiendo a diario, los que se utilizan como un objeto desechable, como si su vida no importara.

FOTO: LUIS CARBAYO /CUARTOSCURO.COM

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