Dicen que una cosa es la palabra y otra la acción. En el México de Andrés Manuel López Obrador esto es más que evidente.
Esa supuesta política de “abrazos, no balazos” es tan solo una retórica que le sienta bien al presidente, a su estilo, a lo que pretende mostrar a los ciudadanos.
Pero ya lejos de Palacio Nacional, en las calles de Estados como Baja California, Michoacán, Guerrero, Zacatecas, Colima, Tamaulipas, los disparos de soldados y sicarios van y vienen.
Estos últimos, ya sea por rebeldía o por sentirse traicionados por funcionarios corruptos y altos mandos castrenses, no titubean a la hora de iniciar enfrentamientos armados en medio de las ciudades, en especial cuando uno de sus jefes es aprehendido.
Fue así como sucedió hace un par de días en Nuevo Laredo, cuando la Marina y Ejército aseguraron a Juan Gerardo Treviño Chávez, alias “El Huevo”, líder del Cártel del Noroeste, ya Jorge Ezequiel Gutiérrez Pimentel “El Borrado”, segundo al mando del grupo delictivo.
Al mero estilo del “Culiacanazo”, los sicarios de La Tropa del Infierno, brazo armado del Cártel del Noroeste, comenzaron a realizar una serie de llamadas vía radio a elementos militares para que soltaran a los dos criminales, de lo contrario, iniciaría una serie de acciones violentas en contra de las familias de soldados, asi como ataques en puntos distintos de la ciudad fronteriza.
“¿Quieren que le matemos a las familias? Se las vamos a matar a la verga… si no llegamos a un pinchi acuerdo vamos a valer verga…”, se escucha en audio que se atribuye a un miembro de La Tropa del Infierno.
En esta ocasión, a diferencia de lo ocurrido el 17 de octubre del 2019 en la capital de Sinaloa, las fuerzas del ejército no cedieron.
Pero como la advertencia ya estaba hecha, los sicarios no dudaron en realizar bloqueos en tres municipios de Tamaulipas, incendiar vehículos, disparar en contra de instalaciones de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) y el Consulado de Estados Unidos, incluso a las oficinas del Instituto Electoral.
Al mismo tiempo que ataques entre miembros de la Guardia Nacional, Ejército y sicarios colmaban al Estado.
Disparos con armas de alto calibre sonaban sin descanso en las calles de Nuevo Laredo, quedando, otra vez por la violencia desmedida que se vive en México, familias inocentes en medio de las refriegas.
Fueron más de 35 hechos criminales los que se registraron con tal de rescatar a su líder y acompañante, mismos que provocaron el cierre temporal del cruce internacional, la cancelación de citas en el Consulado Norteamericano, suspensión de clases y una advertencia de la alcaldesa Carmenlilia Cantú Rosas para que la población se abstuviera de salir de casa ante el peligro inminente.
Los sicarios, como se escucha en supuestos audios de su autoría, estaban dispuestos a morir por su jefe y en ese proceso, llevarse a varios, no importando si eran elementos de seguridad o ciudadanía.
Esta lógica criminal no es de sorprenderse, lo que sí comienza a preocupar cada vez más es la facilidad con que los cárteles del narcotráfico se mueven para causar aun más caos en las ciudades donde se fundamenta.
El “Culiacanazo” dejó abierta la posibilidad de rescatar a cualquier criminal de alto rango que sea aprehendido.
Ya no hay dudas sobre encararse a soldados o policías, más bien, se incrementa día con día la noción de que a las fuerzas de seguridad se les puede arrebatar a los arrestados, no importando lo que haya que hacer para ello.
México está en guerra, una que el presidente desmiente en palabra, pero que en la realidad se vive.
Ese conflicto entre grupos del crimen organizado y gobierno parece recrudecerse más y más, haciendo del país un escenario idóneo para más “Culiacanazos”, más violencia. Esa que tanto ha mermado la vida de los mexicanos.