En el contexto conmemorativo de los 500 años de la caída de México-Tenochtitlan, del fin apocalíptico de una manera de pensar, de sentir y de ser –y que trae además a la memoria los estragos ecológicos que conllevó la implantación del urbanismo español en el espacio lacustre de Anáhuac–, el nuevo billete de 50 pesos emitido por el Banco de México aporta una sensación de alivio histórico a lo que algunos han definido como el trauma de la Conquista.
En el anverso del billete destaca, en aparente relieve pétreo, la imagen fundacional del águila posada en el tunal (tenochtli), y al fondo Tenochtitlan y montes nevados que se divisan a lo lejos. Agua (atl) y fuego (tlachinolli) salen del pico del ave. A los lados del cactáceo axial y del rapaz que lo encumbra figuran contenedores lunares de agua gráficamente definidos por los contornos selénicos del yacametztli. Arriba, la imagen de “Cuatro-movimiento” (Nahui ollin), una representación tetralógica del espacio-tiempo, apunta hacia el este (tlauhcopa), a la vez lugar y momento de la aparición del sol y símbolo de un comienzo.
En el reverso se extiende el espacio lacustre de Xochimilco, reliquia natural del ecosistema de ríos y lagos del Valle de Anáhuac. Sobre el agua se distinguen una chinampa y un ajolote, emblemáticos del lugar en que se arraigó la nación mexica, así como un mosquito (axaxayácatl). En la filigrana del billete se percibe la planta del maíz (cintli), con sus espigas (miyahuatl) y su fruto (elotl), verdadero blasón de naciones indígenas agrícolas. En términos estéticos, el relieve pétreo del águila sobre el tunal en el anverso se conjuga con la filigrana del maíz en el reverso, y sugiere una relación implícita entre ambas representaciones.
La dialéctica temática que establecen sendos lados del billete corresponde a los criterios históricos y ecológicos que presiden a la emisión de los billetes mexicanos, pero en este caso, a la convergencia entre civilización y naturaleza se añade, aquí, una relación más entrañable entre el anverso y el reverso, ya que en un horizonte mitológico, el ojo de agua (méxico) y el ajolote (axolotl), o mejor dicho y escrito (mexco y aXólotl), tuvieron una función determinante en el proceso fundacional de México-Tenochtitlan.
Antes de adentrarnos en los arcanos laberínticos de la otredad cultural náhuatl, es preciso recordar que la lectura del emblema fundacional y su interpretación desde una perspectiva indígena prehispánica, no son simplemente alegóricas sino crípticamente simbólicas con el entramado complejo de sus componentes. La imagen es atemporal, pero el análisis de los mitos correspondientes permite introducir una cronología en la aparición de los entes que la componen.
En el comienzo era el tunal
“En el comienzo era el tunal”, podríamos decir, ya que según los relatos nahuas, los mexicas se toparon primero con el cactáceo tenochtli. La planta había nacido del corazón sacrificado de Cópil, el hijo de Malinalxóchitl, la luna, hermana de Huitzilopochtli.
Cuauhtlequetzqui, “el águila que se yergue”, se había parado sobre la piedra (tetl) en la que Quetzalcóatl había descansado en su huida a Tlillan tlapallan (lugar de lo negro y lo rojo), al este, para arrojar el corazón en el agua. Dicha piedra, primera sílaba del nombre de la planta te-nochtli y piedra angular de la fundación de México-Tenochtitlan, vinculaba asimismo los mexicas con el rey/dios tolteca Quetzalcóatl.
El encuentro de los mexicas con el tunal (sin el águila) en el año 1-tecpatl (1-pedernal) (1324) fue fundacional, y su tenor era esencialmente selénico por la filiación lunar de Cópil. El tunal fue el eje del establecimiento sedentario de los mexicas en torno al cual giran los demás componentes del emblema fundacional. Es preciso señalar aquí que ciertas fuentes verbales y pictográficas mencionan a un guía de los mexicas cuyo nombre era Tenoch. Es probable, sin embargo, que el personaje fuera una personificación de la planta, en un contexto narrativo con carácter mitológico.
El descenso del águila
Después de 39 años en los que imperó la luna Metztli, mediante el tunal selénico y/o su personificación Tenoch, este último murió en el año 1-acatl (1-caña) (1363), según la Crónica Mexicayotl. Es la fecha probable en que el águila se posó sobre el tunal expresando asimismo la imposición político-religiosa del sol sobre la luna. El templo de Huitzilopochtli consagrado el año siguiente en 2-tecpatl (2-pedernal) (1364) con el sacrificio de Chichilquahuitl, un capitán de Colhuacán, recordaría este acontecimiento también fundacional. Cabe mencionar que el Manuscrito 40 refiere explícitamente que la Ciudad de México se fundó en este año 1364.
El ojo de agua al pie del tunal
Arrojado en un ojo de agua atlacomolco, el corazón del hijo de la luna había sido la semilla de un tunal que había crecido en medio o en la orilla de dicho ojo de agua, es decir en náhuatl tenoch(tli) itlan (cerca o al pie del tunal). Antes de ser un nombre propio, Tenochtitlan fue un complemento circunstancial, y el ente al que complementaba tanto gramaticalmente como mitológicamente era el ojo de agua. Con el descenso del águila sobre el tunal se había establecido la dualidad sol/luna, en la que prevalecía el primero y, en términos históricos, el dios advenedizo y guerrero Huitzilopochtli se enfrentaba a númenes de pueblos agrícolas, cuya divinidad principal, además de la luna, era Tlálloc.
Tlálloc le habla a Axoloa en el ojo de agua
Según lo refiere el Códice Aubin, en Zoquipan, los teomama (portadores del dios) Cuauhtlequetzqui y Axoloa presenciaron la hierofanía del águila posada sobre el tunal. Luego Axoloa fue sumergido en el ojo de agua al pie del tunal. De regreso con sus compañeros, declaró:
Ca oniquittato yn tlalloc. ca onechnotz ca quitohua: “Ca oacico yn nopiltzin yn huitzillopochtli ca nican ychan yez ca yehuatl ontlacotiz ynic tinemizque in tlalticpac ca tonehuan”.
(Códice Aubin, fol. 25r)
Vi a Tlálloc, me habló, dice: “Llegó mi hijo Huitzilopochtli; aquí será su casa; él será venerado. Así existiremos en la tierra, los dos juntos”.
Esta dualidad fundamental se haría manifiesta en el Templo Mayor de México-Tenochtitlan y en el alto mando de la urbe mexica.
Axoloa, Xólotl y el “axolotl”
Tanto el nombre del teomama Axoloa como su inmersión en el ojo de agua lo asocian con el ajolote. El anfibio evoca a su vez a Xólotl como gemelo de Quetzalcóatl-Ehécatl y como Venus, la estrella vespertina, personificación misma de la gemelaridad (dualidad referida a los gemelos). En este punto tenemos que aducir una secuencia del mito de la creación del sol y de la luna, en la cual los dioses tenían que morir para que los astros, el sol y la luna (alias Nanahuatzin y Tecuhciztecatl), ya diferenciados, se movieran. Quetzalcóatl había dado muerte a todos los dioses, salvo a uno, su gemelo Xólotl, que no quería morir, es decir, no quería morir a su gemelaridad. Xólotl huyó y conforme lo alcanzaba la muerte se transformaba, manteniendo su carácter esencialmente gemelar (dual). Se transformó sucesivamente en gemelo del maíz xólotl, en gemelo del maguey mexólotl, y en última instancia en “gemelo del agua” (axolotl). Es en este estado de anfibio neoténico (que conserva caracteres larvarios o juveniles en su estado adulto), de gemelo del agua, que Quetzalcóatl dio muerte a Xólotl.
El sol, la luna y Venus
Se colige de lo anterior que el emblema fundacional de México-Tenochtitlan no lo constituyen únicamente el águila solar posada sobre el tunal lunar, sino también Xólotl en su advocación como ajolote, como gemelo del agua, el cual fundamenta el carácter lacustre del asentamiento mexica. Es factible, además, que una conjunción de los tres astros predilectos de los mexicas: el sol, la luna y Venus, cada ocho años solares –cinco ciclos venusinos, en los meses ochpaniztli o quecholli y en un día cipactli– hayan determinado el momento exacto de la fundación.
El ojo de agua “mexco”
Ahora bien, además de atlacomolco (lugar de pozos de agua), el ojo de agua al pie del tunal tenoch(tli) itlan, tenía y sigue teniendo un nombre en náhuatl: mexco. Hoy en día, en la variante dialectal de la Huasteca veracruzana, “ojo de agua” se dice mexco. Por otra parte, un escritor mexicano del siglo XIX, José María Cabrera, afirmaba que “los indios nunca dicen México sino Mexco”.
Por lo anterior, emitimos la hipótesis de que el nombre de la ciudad fuera Mexco-Tenochtitlan (sic), “el ojo de agua al pie del tunal”, lo que confería al ojo de agua y al ajolote un papel determinante en este contexto fundacional. La evolución de Mexco (con “e” larga) a México habría sido el resultado de una epéntesis, es decir, la inserción de una “i” generada por una pronunciación enfática de la consonante fricativa palatal sorda [x], sin que el acento cambiara de lugar, haciendo de una palabra grave una palabra esdrújula.
Sea lo que fuere, por el juicioso despliegue de sus componentes icónicos, el nuevo billete de 50 pesos pone al alcance visual y táctil cotidiano de los usuarios, la fundación de la Ciudad de México epónima del país que la entraña.
Con información de Proceso.