Mientras la embarcación de 12 metros se tambaleaba durante las 12 horas de viaje nocturno en el Pacífico de Tijuana a California, Eberardo, inmigrante, trataba de mantener el ánimo de los pasajeros que estaban en pánico.
“Piensen en Dios y en lo que más quieren: un hijo, su mamá”, recuerda haber dicho Eberardo, de 36 años, que intentaba volver con su familia en el Medio Oeste de Estados Unidos tras ser deportado a México. “Que eso te dé fuerzas”
Finalmente, la escarpada costa de California empezó a verse más cerca.
“Vamos a llegar”, dijo Eberardo a los otros 31 pasajeros, todos ellos, excepto uno, inmigrantes mexicanos como él que habían pagado a un contrabandista para realizar el arriesgado viaje aquel día de principios de mayo.
Entonces, cuando se acercaba a la popular zona de senderismo de Point Loma, en San Diego, el barco chocó con algo: rocas o una fuerte ola.
“¡Se está metiendo agua!”, gritó alguien.
Julio, de 25 años, dijo a Reuters que trató de subir a la cubierta, pero que no pudo atravesar la aglomeración de otros pasajeros. Dijo que él y otro hombre intentaron abrir una ventana, mientras las agresivas olas los lanzaban de un lado a otro de la habitación.
Pronto, el agua le llegó al cuello. Dos mujeres que estaban cerca empezaron a hundirse.
El naufragio, en el que murieron tres personas, fue un ejemplo mortal de una tendencia creciente en la costa de California: cada vez más migrantes cruzan por mar hacia Estados Unidos, ya que la frontera terrestre se ha vuelto más difícil de atravesar, según la Oficina de Aduanas y Protección de Fronteras de Estados Unidos. La entidad reportó que las detenciones en el mar en el área de San Diego se han duplicado con creces con respecto al año fiscal 2019 hasta alcanzar los 1.626 a mediados de agosto.
El año fiscal 2021 también ha superado a otros años recientes en cuanto a muertes de migrantes en el Pacífico en el área de San Diego.
Además de las personas que murieron en el naufragio de mayo, el recuento de 2021 también incluye a un hombre que fue encontrado muerto en un bote en Carlsbad y a un hombre hallado en el oleaje cerca de Wipeout Beach en San Diego el 20 de mayo, después de que los contrabandistas les dijeran a los pasajeros que saltaran al agua y nadaran hasta la orilla.
Dos migrantes a bordo del Salty Lady, la embarcación que zozobró con Eberardo a bordo, afirman que este salvó vidas al vigilar de cerca al capitán de la embarcación, el ciudadano estadounidense Antonio Hurtado, de 39 años, quien, según dicen, actuó de forma errática durante todo el viaje.
El abogado de Hurtado y sus familiares no respondieron a las solicitudes de comentarios. Hurtado ha sido acusado de contrabando de personas, incluido contrabando con resultado de muerte, y de agredir a un agente de la Patrulla Fronteriza tras el naufragio cuando los agentes intentaban colocarle los grilletes.
Se ha declarado inocente y está en prisión a la espera de juicio. En 2018, Hurtado fue condenado a 60 días de prisión preventiva por posesión de una sustancia regulada, según los registros judiciales.
Este relato del hundimiento del Salty Lady se basa en entrevistas con Eberardo y otros dos migrantes a bordo y con algunos de sus familiares y abogados, así como con testigos presenciales que vieron cómo se partía el barco.
Los migrantes y sus familias hablaron con la condición de ser identificados sólo por sus nombres de pila.
Eberardo “fue nuestro ángel”, dijo Edgar, un agricultor de 31 años que estaba a bordo.
Para Eberardo, sus acciones fueron también una oportunidad de redención.
UN TERRIBLE ERROR
Cuando Eberardo tenía 6 años, dijo, se encontró el cuerpo de su padre con un disparo en un camino rural cerca de su rancho. La familia sospechaba que había sido víctima de una disputa de tierras, pero la madre de Eberardo advirtió a sus cinco hijos que era demasiado arriesgado investigar, relató.
Ella empezó a despertar a Eberardo a las 3 de la mañana para que ayudara en la granja buscando agua y arreando el ganado, recuerda él. Agotado, se quedaba dormido en la escuela, para pasar las tardes vendiendo queso y crema a los vecinos hasta las 10 de la noche. Dejó la escuela a los 13 años y empezó a realizar esporádicos bombeando gasolina o fabricando puertas.
Cuando su hermano mayor le propuso venir a Estados Unidos, Eberardo, que entonces tenía 19 años, aprovechó la oportunidad. Cruzó la frontera de Texas sin ser detectado y se instaló en el Medio Oeste, donde trabajó en algunas fábricas y se enamoró de una mexicana, que también estaba en Estados Unidos ilegalmente y tenía un hijo de una relación anterior.
Eberardo y su esposa, María, tuvieron dos hijas, ambas ciudadanas estadounidenses, y él se dedicó a ellas. Cuenta con orgullo que cambiaba la mayoría de los pañales. Las fotos de su página de Facebook muestran a sus hijas con vestidos con volantes y coletas altas.
Ganaba unos 2.000 dólares al mes trabajando en una fundición de aluminio. Pero cargar con los moldes, que pesan hasta unos 80 kilos, le pasó factura. Cuando, dolorido, fue al médico cerca de la Navidad de 2014, le dijeron que tenía tres hernias discales, señaló.
La lesión apenas le permitía caminar, dijeron Eberardo y María, y mucho menos de trabajar en una fábrica. Contrajo una deuda de unos 12.000 dólares.
Entonces, relató Eberardo, recibió una oferta: Entregar un kilo de heroína en el aparcamiento de un supermercado. Dice que dudó. Pero su contacto no dejaba de recordárselo y finalmente el atractivo de poder reducir las deudas con los 5.000 dólares que le ofrecían fue demasiado fuerte.
El cliente de la heroína, sin embargo, era un agente de la ley encubierto, muestran los registros judiciales. El 18 de septiembre de 2018, Eberardo fue detenido y acusado de intento de distribución de una sustancia regulada.
En los registros judiciales que explican cómo debe ser sentenciado, el gobierno reconoció que la infancia de Eberardo se vio afectada por la muerte de su padre.
“Pero este crimen no nació de la desesperación, ni fue predestinado por su crianza”, dice el memorando de sentencia del gobierno. “En última instancia, el acusado tomó una serie de malas decisiones como adulto, decisiones que fueron suyas, al igual que las consecuencias de esas decisiones son suyas”.
Eberardo se declaró culpable y fue condenado a tres años de prisión. Salió en libertad anticipada el 7 de abril de 2021, debido a su buena conducta, según los registros. Inmediatamente fue recogido por agentes de inmigración y dos días después, devuelto a México.
“¿ES 1OO% SEGURO?”
En un mes, dijo Eberardo, encontró un contrabandista en Tijuana que le dijo que podía llevarlo a Estados Unidos por mar.
“¿Es 100% seguro?”, le preguntó Eberardo.
“Nada es 100%, solamente la muerte”, respondió el contrabandista. “Es 99% seguro que lo lograrás”.
Eberardo dijo que pagó a un contrabandista 200 dólares y prometió pagar el resto de los 17.000 dólares al llegar a Estados Unidos. La red de contrabando le dijo que fingiría que el crucero con cabina era un barco turístico, y aconsejó a Eberardo que se vistiera como tal. Se puso unos pantalones cortos y una camiseta, y se compró una gorra de béisbol blanca.
Hacia las 19 horas del sábado 1 de mayo, Eberardo fue trasladado en una pequeña embarcación hasta el crucero. Era su primera vez en el mar. Todos los migrantes eran mexicanos, excepto uno de nacionalidad guatemalteca, lo que refleja la demografía de los cruces marítimos recientes, dijo Aaron Heitke, agente jefe de la Patrulla Fronteriza en San Diego.
Heitke dijo que los contrabandistas están utilizando una serie de embarcaciones, incluyendo barcos de pesca de madera locales conocidos como pangas, embarcaciones de recreo e incluso motos acuáticas.
El barco de Hurtado era más grande que la mayoría, pero no estaba en buen estado, según otro funcionario de la frontera. “No era la embarcación más apta para el mar”, dijo Michael Montgomery, jefe de las operaciones aéreas y marítimas de la CBP en San Diego.
Las detenciones en el mar en el sector de San Diego habían aumentado gradualmente desde 2015. Pero en el año fiscal 2020, se dispararon en más de un 90% hasta llegar a 1.273, lo que los agentes y los defensores dicen que puede deberse a una aplicación más estricta de la ley en la frontera terrestre y a los cierres fronterizos relacionados con la pandemia.
Las detenciones en el mar en el año fiscal 2021, que termina el 30 de septiembre, ya han superado la cifra de 2020.
El presidente Joe Biden ha mantenido en vigor una política promulgada bajo el mandato del ex presidente Donald Trump al comienzo de la pandemia de coronavirus que permite a los agentes de la patrulla fronteriza expulsar inmediatamente a los migrantes que encuentren.
La política ha bloqueado a la mayoría de los migrantes que solicitan asilo en la frontera entre Estados Unidos y México. En general, las detenciones en la frontera han aumentado a sus niveles mensuales más altos en dos décadas, aunque esas cifras están infladas por los que cruzan de nuevo y que fueron expulsados previamente.
Con la frontera terrestre en San Diego “bastante segura desde el punto de vista operativo”, dijo Montgomery, “el camino de menor resistencia ahora sería el agua”.
A bordo del Salty Lady, Hurtado instruyó a los inmigrantes en inglés para que se agacharan mientras partía hacia Estados Unidos, según los tres inmigrantes que hablaron con Reuters. Hurtado no hablaba español, dijeron los migrantes, así que Eberardo dijo que le ayudó a traducir, aunque su propio inglés es débil.
Al cabo de un rato, a Eberardo le empezó a doler la espalda de estar agachado. Se sentó en lo que más tarde descubriría que era el tanque de gasolina. Desde allí pudo ver mejor a Hurtado, que, según él, apoyaba la cabeza en el volante.
“Despierta”, le dijo Eberardo. Hurtado parecía indicar que no quería que le tocaran, y algunos de los inmigrantes dijeron que temían enfadarle. Sin embargo, Hurtado seguía quedándose dormido, así que Eberardo dijo que le daba un empujón al volante para despertarlo. Debió de hacerlo unas siete veces, dijo Edgar.
El Pacífico se estaba volviendo duro. Hurtado ya no podía controlar la embarcación, según dos de los inmigrantes a bordo. Entonces, en un aparente intento de estabilizar el barco, “tiró el ancla”, dijo Edgar. “Entró y dijo: ‘Sorry, guys'”.
Eberardo dijo que después de unas horas en las que el barco se balanceaba violentamente en el lugar, Hurtado intentó levantar el ancla pero tuvo dificultades. Eberardo intervino y cortó el cabo del ancla con una sierra, contaron él y Edgar.
Pero cuando Hurtado intentó acelerar, el motor se apagó. La embarcación empezó a tambalearse y los inmigrantes temieron que fuera a zozobrar.
Julio dijo que él y su primo, que también estaba a bordo, empezaron a gritar que debían pedir ayuda antes de que fuera demasiado tarde. “¿A quién marcamos?”, preguntó Julio.
Alguien sugirió contactar con las autoridades de inmigración. Otro pasajero se opuso, temiendo ser detenido y deportado. La discusión era irrelevante. Nadie tenía cobertura en el móvil.
PÁNICO EN EL HUNDIMIENTO
Cuando la embarcación comenzó a hundirse, los inmigrantes, presos del pánico, se agolparon en una de las dos puertas de la cabina.
A Eberardo le preocupaba que el barco estuviera a punto de volcar.
“Vengan para el otro lado para que hagan contrapeso”, dice que gritó.
Pero era demasiado tarde; el barco giró de costado, sumergiendo la puerta. Eberardo se abrió paso hasta el otro lado del barco, que aún estaba por encima del agua.
Cuando estaba a punto de saltar al Pacífico, se volvió y bajó la mano en la cabina para ver si podía ayudar a alguien que aún estuviera atrapado. Un joven lo agarró y Eberardo dijo que lo arrastró hasta un lugar seguro. Edgar, el agricultor que iba a bordo, confirmó que el joven describió el rescate al grupo cuando se encontraban en custodia más tarde. No fue posible contactar con el joven para que hiciera comentarios.
Tras saltar del barco, Eberardo se aferró a un flotador rojo, pero éste empezó a arrastrarlo mar adentro. Trató de mantenerse a flote, la gorra de béisbol blanca que había comprado en Tijuana se perdió en el oleaje. Los excursionistas del sendero frente al mar lo observaban conmocionados. Alguien llamó a los servicios de emergencia poco antes de las 10 de la mañana. La Guardia Costera de Estados Unidos y las agencias estatales y locales acudieron al lugar.
“Llegó un momento en que ya no podía nadar”, dijo Eberardo.
Un socorrista en una moto acuática se acercó a toda velocidad. Temblando e hiperventilando, Eberardo se subió.
Dijo que le habían dejado en una embarcación de rescate y que le habían pedido que intentara reanimar a un hombre inconsciente mientras los socorristas intentaban sacar a otras personas.
Eberardo empezó apresionar el pecho del hombre, pero no obtuvo respuesta. Siguió presionando, pero finalmente comprobó el pulso. Nada.
Agachado sobre el cuerpo del hombre, Eberardo comenzó a llorar. “Lo miraba como de mi edad. Se me vino el pensamiento que tal vez era un papá como yo”, dijo Eberardo.
Eberardo no está seguro de quién era el hombre. Ese día murieron tres personas: dos mujeres y un hombre de 29 años llamado Víctor Pérez. Contactada a través de un abogado, la viuda de Pérez no quiso hacer comentarios.
Eberardo fue interrogado por las autoridades fronterizas y luego estuvo detenido durante unos dos meses en una prisión de San Diego como testigo material en el caso contra el capitán. Se ordenó su puesta en libertad el 2 de julio después de que su abogado argumentara que sus declaraciones como testigo material habían terminado y que no había razón para seguir reteniéndolo.
Edgar y Julio, detenidos en la misma prisión como testigos materiales antes de ser devueltos a México en junio, atribuyeron a Eberardo su supervivencia. “Yo me puse a pensar en la celda, si no hubiera venido Eberardo, ¿qué nos habría pasado?”, dijo Edgar.
El 7 de julio, Eberardo fue devuelto a México. Ahora arrienda una habitación solo y busca trabajo en una fábrica, pero hasta ahora no ha tenido éxito y depende del dinero que le envía María. Tanto él como María afirman que su familia tiene dudas sobre si unírsele, especialmente porque su hija mayor aspira a estudiar medicina en Estados Unidos.
“No dejo de sentirme culpable”, dice Eberardo sobre su decisión de involucrarse en el negocio de la droga. “Destrocé mi vida con el error que cometí”.
Con información de Reuters.