Son tres voces que anhelan paz. “Pedro”, “Edgar” y “Javier”, son centroamericanos tocados por diferentes formas de violencia en sus países de origen.
Las situaciones los obligaron a migrar a México para luego buscar asilo en Estados Unidos, sin saber que en el campamento de la Garita de El Chaparral, en Tijuana, serían amenazados de muerte, poniéndose de nuevo en riesgo su integridad: la violencia en México y Centroamérica crece y fluye de forma preocupante.
El aumento en el número de personas desplazadas del Triángulo de América Central, conformado por El Salvador, Honduras y Guatemala, es un reflejo de lo serio de la problemática.
En el 2010 se registraba a más de 15 mil refugiados y solicitantes de asilo en el mundo. Para el 2014 eran casi 67 mil, mientras que en la actualidad son más de medio millón de salvadoreños, hondureños y guatemaltecos que huyeron de sus hogares para mantenerse con vida, según cifras de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR).
“Pedro” es uno de esos miles de centroamericanos que migraron por necesidad, dejando a esposa y sus dos hijas que oscilan entre los cuatro y nueve años de edad.
“La situación en mi país está muy complicada y por lo tanto busco un asilo político. Yo trabajaba para el gobierno de mi ciudad y comencé a recibir amenazas de muerte después de que un compañero mío fuera asesinado. Yo no quise que pasara eso conmigo y por eso me vine acá”, narró.
El padre de familia atribuye la violencia a grupos políticos rivales que tras perder las elecciones comenzaron a amedrentar y matar a miembros de la alcaldía de su localidad, obligándole a salir rumbo a México antes de que fuera más tarde.
“Pasé tirando mi teléfono en un río para que no pudiera ser rastreado, ellos no solo tienen contactos allá, también de este lado, tenemos que precaver la vida ante las amenazas políticas“, expresó.
Luego de atravesar el país, “Pedro” llegó a la Garita de El Chaparral, donde tampoco pudo permanecer por mucho tiempo al ser otra vez víctima de amenazas de muerte.
“Uno piensa que las cosas están tranquilas, pero unos hombres nos quisieron atacar. Después centroamericanos se enfrentaron a ellos y al final quedó un grupo de pandilleros con ganas de molestar, sin ver a quién atacan y por qué motivo, solo lo hacen.”
“Han golpeado, amenazado, intimidado, ha habido de todo, incluso hay gente que desaparece de la nada y no sabemos a dónde se fueron. Por lo mismo hay miedo a levantar la voz porque desaparecen gente, es un lugar inseguro por culpa de un grupo”, manifestó.
La elevada violencia e inseguridad crónica en América Central y México, aunado a las restricciones por el Covid-19, están empeorando las dificultades y persecución para miles de personas que ahora tienen limitadas oportunidades de encontrar protección, de acuerdo a un informe de la ACNUR.
Otra víctima de la violencia en Centroamérica es “Edgar”, quien apenas vive para contar su historia.
“Allá en mí país no puedo estar porque fui acribillado a balazos y por eso acá ando luchando en México”, platicó, sin saber hasta la fecha el por qué fue atacado con disparos de arma de fuego, pero consciente de que no puede arriesgarse a que en otro atentado ya no sobreviva.
Al igual que “Pedro”, también le ha tocado experimentar amenazas no solo en su país, también en El Chaparral, donde asegura que existe un grupo de salvadoreños y hondureños responsables de generar inseguridad entre los migrantes que buscan llegar a Estados Unidos.
“Quisiera que las autoridades de Tijuana pudiera localizarlos, agarrarlos en ese lugar. En especial a uno que le dicen El Gato, que es el que organiza a los pandilleros ahí para atacar a las personas inocentes, agreden gente, las golpean y nos friegan y eso no debería de pasar.”
“Venimos luchando, sufriendo todo el camino como para estar inseguros en donde vamos a pedir asilo, somos seres humanos”, externó.
Pese a que hay una o en ocasiones dos patrullas estacionadas en El Chaparral, la inseguridad que los centroamericanos exponen es una realidad que agudiza aún más su desplazamiento forzado.
Otro de los que han sufrido amenazas de muerte en su localidad y en Tijuana es “Javier”, quien huye de sus propios familiares, los cuales buscan quedarse con una herencia que la madre del joven recibió.
“Por esa herencia mataron a mí papá, la querían para ellos. Mi hermano y yo escapamos por las amenazas en la casa donde vivíamos. Nos mudamos y nos volvieron a seguir; cuando nos fuimos a la frontera sur de México también nos anduvieron buscando y nos siguen buscando”, aseguró.
El temor de perder la vida no disminuyó cuando por fin arribó a El Chaparral, donde poco tiempo pudo durar ante el peligro que le asecha.
“Recibí amenazas de una persona que le dicen El Gato, esa persona es salvadoreña, según trabaja con la Mara Salvatrucha y se unió con otros grupos de aquí de México y la autoridad no hace nada.”
“México no es nada seguro para mí, hay muchos cárteles que quieren que trabajes para ellos”, platicó con tono de aquel que sabe que su integridad corre riesgo.
Gracias a centroamericanos radicados en Tijuana, los cuales brindan ayuda a sus compatriotas que recién arriban a la ciudad, “Pedro”, “Edgar” y “Javier” pudieron establecerse en otro espacio que no fuera en la garita, donde ya era imposible continuar.
“Personas que trabajan con migrantes nos sacaron una noche para salvaguardar nuestra vida. Necesitamos apoyo tanto de los medios, de las autoridades mexicanas como las americanas, porque no estamos acá para molestar, traemos situaciones difíciles”, dijo Pedro.
Ahora, inmersos en situaciones de violencia tanto en sus lugares de origen como en Tijuana, no piden otra cosa que se les permita hacer una nueva vida en Estados Unidos, ya que retornar a sus hogares o permanecer en México no es una opción para ninguno de los tres.
“Quisiera que si fuera posible una organización americana que me pudiera apoyar para poder poner mi vida a salvo, porque si ellos se dan cuenta de que yo estoy aquí en la frontera de México pueden llegar a matarme como a mí papá”, expuso Javier.
Mientras que Edgar, subrayó: “Estamos inseguros, venimos de una situación complicada en nuestro país y sé que la gente de acá no tiene la culpa, pero les pedimos de por favor que nos ayuden, que nos ponga atención la autoridad migratoria mexicana como la de Estados Unidos”.
En sus voces solo se escucha un sentir: el de encontrar un espacio donde poder trabajar, estudiar, permanecer estables.
Si no es en la unión americana, puede ser en otra latitud, lo único que anhelan es poder vivir sin temor a ser asesinados.
“Si no nos otorgaron el asilo en Estados Unidos, buscaríamos otra opción en otro país como Canadá u otro país más lejos, porque tememos por nuestra vida, no podemos estar más tiempo en México”, advirtió Javier.
La violencia fluye de Centroamérica a México y viceversa. Los gobernantes de ambos lugares poca efectividad tienen para detenerla.
Las víctimas no suelen ser ellos, sino las personas y familias empobrecidas, las que casi siempre son forzadas a migrar para no morir, tal como estos tres hombres que siguen de pie pese a las amenazas, las dificultades, pese a todo lo que implica sobrevivir en Latinoamérica.