Con la llegada de la nueva normalidad y la reapertura de lugares para eventos y concentraciones masivas, celebré que de a poco festivales musicales y eventos culturales estuvieran teniendo finalmente un espacio para la sociedad cada vez más trastabillada por esto de la pandemia.

Aunque sé que todavía no hay que echar campanas al vuelo y que hay que seguir tomando medidas de precaución para evitar contagios y propagación de Covid-19, me pareció interesante que con ello deviniera una especie de tranquilidad luego de tanta incertidumbre.

Presentación en el Corona Capital. FOTO: EDGAR NEGRETE/CUARTOSCURO.COM

Sí bien, me congratulé por mis amigos, mis familiares y todas aquellas personas que han estado bajo el yugo de la intranquilidad, pero recordé una situación que para mí no ha sido totalmente satisfactoria desde mi niñez.

Luego de haber visto que festivales musicales como el Pa’l Norte en Monterrey y el Corona Capital en la Ciudad de México, además de otros conciertos un tanto masivos se llevarían a cabo, se me ocurrió compartir en Facebook que, gracias a mi enoclofobia, nunca he asistido a un festival de ese tipo.

Me dio curiosidad encontrar entre quienes reaccionaron al post a personas que me compartieron el hecho de que también padecieron esta situación y saber que lejos de sentirse uno disperso por ello, hay otros con quienes comencé a generar una relación de amistad y empatía luego de reconocernos con este “detalle”.

Durante mucho tiempo evité las concentraciones multitudinarias, desde centros comerciales, eventos de cualquier índole, ferias, mítines, tianguis desorbitantes y, sobre todo, sin que me diera cuenta de ello, los festivales musicales donde toda la gente del país suele concentrarse.

FOTO: GALO CAÑAS/CUARTOSCURO.COM

La simple idea o pensamiento de verme situado en medio de tantas y tantas personas me produce una especie de aberración tan natural, un espasmo inhóspito, que de a poco he ido solventando gracias a que mi trabajo me obliga a estar en esos sitios.

La enoclofobia no es más que un miedo -a veces irracional- a las multitudes y, a decir de algunos estudiosos, tiene que ver con el hecho de “ser una persona tímida por naturaleza, no poder desentenderse de las emociones de los demás alrededor de uno o no sentirse seguro cerca de tanta gente desconocida”.

Cualquiera de las tres razones señaladas están muy ligadas a mi persona, pero sobre todo la última, aunque en realidad, yo siempre he pensado que la culpa de todo esto la tiene Gloria Trevi. Sí, la de los zapatos viejos y la papa sin cátsup. Ella fue la que, de manera casi directa, influyó para que se regocijara en mí una de las tantas fobias que permean en el ser humano.

FOTO: ELIZABETH RUIZ /CUARTOSCURO.COM

Cuando estaba morrito solía seguir casi frenéticamente la carrera artística de Gloria Trevi. Me fascinaban sus canciones, su mood, su estrafalario comportamiento dentro y fuera del escenario, su voz aguardentosa, sus garras, sus medias, su pelo enmarañado. Hasta sus películas Pelo suelto, Zapatos viejos y Una papa sin cátsup, con las cuales, se dice, llegó a tener ganancias que suman más de 36 millones de dólares.

Era una euforia total la que esta mujer despertaba entre mis hermanos, primos y amigos de la cuadra. Nos sabíamos completamente cada una de sus rolas. Las bailábamos y cantábamos a la menor provocación.

Pero como todo en la vida, el vínculo directo se desvaneció de manera casi rotunda y no fue precisamente cuando se incrementaron las sospechas y se le acusó, junto a su manager Sergio Andrade, de abuso sexual a menores y que le llevó a la cárcel durante varios años.

Trevi y Andrade.

Todo el embrollo se dio una ocasión, cuya fecha no recuerdo plenamente (principios de los noventa), cuando Gloría Trevi visitó Morelia, mi ciudad natal, para ofrecer un show en el Teatro del Pueblo dentro de las actividades de la Feria.

El show se llevaría a cabo de manera gratuita y nos dirigimos al recinto. Faltaba aproximadamente media hora para que diera su show e inexplicablemente el lugar se encontraba vacío, así que teníamos buen lugar hasta adelante.

Tras unos cuantos minutos desde el sonido local se escuchó: “¡Con ustedes, Gloriaaaaaa Treeeeeviiiii!”. Nos emocionamos, la vimos salir con sus garras y sus pelos alborotados de siempre y su voz tal cual como en la televisión.

Casi inmediatamente al anuncio de su presencia se dejó venir una estampida de frenéticos y jubilosos fans, quienes de manera desaforada y burda buscaban el lugar que los posicionara más cerca de su ídolo.

Nosotros éramos muy pequeños y la horda era demasiado grande. De pronto me vi encerrado entre gritos, empujones y alaridos de los miles y miles que se congregaron de un momento a otro.

La desesperación fue evidente en nuestros padres. El oxígeno se consumía rápidamente “ahí abajo” y sentía que me ahogaba. Mi hermano Erick, aún más pequeño, comenzó a llorar desconsoladamente y mi padre lo montó entre sus brazos para que pudiera tener un respiro fuera del gentío.

Mis hermanas y yo nos tomamos de los brazos tratando de salir entre las personas. Yo me sentía desfallecer, y justo cuando pensé que jamás lograría salir vivo de ahí, un fuerte jalón me sacó de la multitud y pude respirar tranquilamente aire puro.

Después de ese día todo fue diferente. De alguna manera relacionamos la figura de Gloria Trevi con aquella repugnante experiencia en la que casi perecemos de asfixia, y todo por una horda de desenfrenados fans que no midieron las consecuencias de sus actos.

Fans de Gloria Trevi.

Tras esa situación, mis padres jamás nos volvieron a llevar a una concentración masiva de ninguna índole y yo nunca volví a ver una manifestación de tal envergadura como lo provocó aquella noche la irreverencia y desfachatez de La Trevi, la chica consentida del difunto Monsiváis.

Curioso me resultó también, que luego de aquella publicación en Facebook, amigos y conocidos me compartieron que su fobia, viene por eventos traumáticos similares y los retos a los que nos hemos enfrentado para superarlo de a poco. A mí, por ejemplo, el periodismo -que de alguna manera me obliga a ello- me sirvió como salvoconducto para irlo disipando.

Bonus: De acuerdo con un estudio realizado por el Instituto Nacional de Psiquiatría Ramón de la Fuente (INPRF), las fobias más comunes en México son la Aracnofobia, el miedo a las arañas, que es el más popular; la Fobia social, el temor a ser juzgado o estar demasiado expuesto en eventos sociales; Aerofobia, miedo a viajar en avión; Agorafobia, temor a los espacios abiertos o a salir solo; y la Claustrofobia, el miedo a los espacios cerrados.

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