El sonido del agua golpeando el pavimento resonaba en nuestros cerebros, eso nos perturbó aún más.

Ninguno se atrevía a cerrar la llave, no queríamos acercarnos a esa casa, ni siquiera las dueñas.

Al fin alguien paró la corriente del grifo, creo que fue Carolina, la hermana mayor, de 17 años; la menor tenía 15.

Ellas vivían con su mamá y papá, en el Infonavit Cucapah, Tercera Sección, en Mexicali, Baja California.

Eran o son, una familia como cualquiera, hijas estudiando, padres trabajando, no había nada, al menos a simple vista, que nos hiciera pensar que el lugar estaba maldito, habitado por alguien más que ellos.

Supongo que para el momento que Carolina detuvo el flujo de agua que se inició solo, eran alrededor de las diez de la noche.

En el barrio, a esa hora era muy común ver compas, personas adultas, vendedores ambulantes, pero no esta vez.

Al voltear a ambos lados de la cuadra pudimos notar que no había nadie.

Todo se desarrollaba bajo un brumoso silencio. Como si el lugar fuera el mismo, pero en otra dimensión, sin testigos.

Nuestros rostros eran los de seis adolescentes de preparatoria asustados, bloqueados ante las escenas que parecían empeorar cada vez más.

No había conversación entre nosotros, solo miradas de asombro. Únicamente soltábamos varios ¡No mames! cuando salíamos corriendo atemorizados.

Retomando, ya pasaban las diez de la noche y Víctor, uno de mis mejores amigos, tenía que irse a su casa, la cual estaba lejos por lo que había que abordar camión, mismo que pasaba a unas diez cuadras de donde estábamos.

Por supuesto, todos teníamos temor de entrar a la casa para tomar la mochila de Víctor, pero tenía que irse o dejaría de pasar el transporte público.

Nos preguntábamos quién sería el que abriría la puerta.

Se dice que las energías malignas sienten el temor, se alimentan y juegan con las inseguridades y miedos de las personas que acechan.

Sin duda, así es, porque ante la indecisión de llegar a la puerta y girar la perilla, ésta se terminó abriendo sola, mostrando el interior de la casa, la sala y de fondo de la cocina.

Fue algo tenebroso que de nuevo nos hizo huir ¿Qué podían hacer seis jóvenes ante esas fuerzas?

El ente quería algo de nosotros y no sabíamos qué, la puerta abriéndose como invitación fue una clara señal.

En esos tiempos, Víctor y yo jugábamos con unas amigas a la Ouija, esto entre clases.

A veces mi amigo y yo nos la “pinteabamos” para contactar a un espíritu a través de la tabla, sesiones que siempre se desarrollaban con insultos, a diferencia de nuestras amigas, a las cuales sí les respondía de buena manera, por así decirlo.

Esto nos parecía curioso, pero no nos asustaba, y menciono este detalle porque resulta que la noche que les estoy describiendo fue durante una de esas semanas que interactuábamos con la Ouija.

Desconozco si había una conexión entre ambos hechos, lo cierto, es que fueron días obscuros, raros, y esa noche parecía ser el paso para adentrarse aún más a la obscuridad.

Continuará…

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