Una constante que suelen preguntarme las personas inmersas en la cultura, que hacen arte, que escriben y demás, es qué pasa con el periodismo cultural en los medios de comunicación que, aparte de ser escaso, es altamente selectivo. A veces hasta es exclusivo para las instituciones.

Uno revisa las páginas de los diarios impresos o de los medios electrónicos de comunicación y se da cuenta que son escasos los que tienen una sección definida para la cultura o, en su caso, la comparten con todo lo referente a espectáculos.

Es bien sabido que a los dueños o directores de medios de comunicación tradicionales no les interesa la cultura, no como espectro de la creación, sino porque no les representa un atractivo que les genere un retroactivo económico, que sea aliciente para el espacio que se le brinda.

De acuerdo con el periodista Víctor Roura, quien durante más de 20 años estuvo al frente de la sección de cultura del periódico El Financiero, fue en el año de 1948 cuando surgieron los primeros suplementos culturales en México, o que se reconocieron como tal. Hasta 1977 (con la aparición del diario unomásuno) cuando aparecieron por primera vez las secciones culturales diarias en los periódicos (El apogeo de la mezquindad, Lectorum 2012).

Esto quiere decir que el periodismo especializado en la cultura, canalizado directa y especificamente en los medios de comunicación contemporáneos, es relativamente “joven”, aunque esto parezca una ambigüedad, porque el periodismo en sí se practica desde hace muchos años.

Viéndolo desde esa perspectiva metafórica, ¿por qué siendo tan relativamente joven el periodismo especializado en la cultura en los medios contemporáneos del país, pareciera que cada vez es más escaso o nula su aparición en los mismos?

Personalmente me ha tocado trabajar el periodismo en general desde mi propia trinchera, desde la independencia y la libertad de hacer y compartir en medios autónomos, pero también, como ahora lo hago, me toca compartir pluma y espacio en medios tradicionales. Así que ambas experiencias me han llevado a conocer, trabajar y experimentar dentro de ambas fórmulas.

Una de las respuestas que yo les doy a quienes me han cuestionado por estos temas, es que, por un lado, hay medios que ni siquiera cuentan con un reportero especializado en cultura. Por otro, se tiene la visión de que la cultura, como la política o los espectáculos, si no genera ganancias difícilmente estará presente en algún medio tradicional.

Qué quiero decir con ello: que ahí es donde generalmente inicia el principio del por qué las secciones de cultura son tan sesgadas o selectivas.

Generalmente las instituciones de cultura son las que se llevan las páginas o los grandes espacios en los medios, pues son los que tienen la capacidad para pagar publicidad. Los conciertos masivos son los que también están siempre presentes, porque tienen el recurso para invertir en publicidad.

¿Pero qué pasa con las compañías, colectivos o artistas independientes que no pueden solventarse un espacio? Ahí es donde encuentro otra respuesta. Sucede que al periodista cultural le ha hecho falta ser coherente con lo que representa el hecho de ejercer su labor. El periodista cultural, como cualquier otro periodista, también tiene que inmiscuirse en lo más recóndito de la cultura, tiene que ser visionario y contemplativo sobre lo que sucede en su entorno.

Existen periodistas culturales que parecen haber salido de un molde en el que les incluyeron las formas y elementos predeterminados para cumplir con su trabajo, es decir que se ajustan a fórmulas muy académicas o tradicionalistas, y no se aventuran a ir más allá.

El periodista Rogelio Villarreal dice en su libro El periodismo cultural en tiempos de la globalifobia una máxima: “no concibo el periodismo de la cultura si no es animado, a la vez, por un espíritu generoso, tolerante y provocador”, y eso, en la mayoría de los casos, a los jefes de redacción de los periódicos no les cae mucho en gracia y por ende el periodista no rompe esquemas.

Quiero decir que el periodista cultural también debería comenzar a experimentar, a sobrepasar esas fórmulas y límites que sigue dictando el periodismo burdo y acartonado, sesgado solamente para la alta cultura y la institución.

La gran mayoría de los colegas solamente escriben para el medio en el que trabajan, y en ello, creo, aplica una cerrazón y apaciguamiento en cuanto a la investigación y difusión cultural. El periodismo sirve para informar, para dar y dejar un testimonio de lo que sucede en nuestro mundo, y la cultura no es la excepción. Hay temas de donde sacar tela, como dice también Villarreal, “no debe haber tema que escape a la atención y la disección del periodista cultural”.

Bien lo dice también el periodista José Luis Martínez, quien dirige actualmente el suplemento Laberinto del periódico Milenio: “Porque el periodista es un escritor, y las secciones de cultura y espectáculos le permiten ensayar todos los géneros y desplegar esa condición indispensable del oficio: la creatividad, a la que tantos renuncian arrastrados por la marea incesante de los lugares comunes, de los boletines de prensa, del mal entendido compañerismo que les impide disfrutar siquiera una vez en su vida el placer de la información exclusiva, el privilegio de abrir caminos, de marcar rumbos”.

El periodismo como tal, además de informar y enmarcar los grandes sucesos mundiales, también es un registro de nuestra cotidianeidad. Y si esa cotidianeidad entrelazada e inmiscuida con la cultura y el arte no se contempla en los medios, estaremos condenados a que en un futuro no exista ningún registro de lo que un día fue, fuera de los grandes acaparadores que a veces deslumbran, pero pocas veces propician algo.

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